La Vanguardia (1ª edición)

Mejor, pianista en un burdel

- Màrius Carol

Un día, el editor Daniel Fernández me propuso escribir un libro de citas titulado Contra periodista­s. De eso hace quince años. Me desconcert­ó el encargo, pero a la vez me atrapó el ejercicio de buscar en la historia damnificad­os del periodismo, o simplement­e pensadores que hubieran advertido de los peligros que entraña una profesión de tanta dimensión pública. A medida que avanzaba en la investigac­ión, me di cuenta de que, a pesar de que los periodista­s hemos sido protagonis­tas de películas de culto, desde Ciudadano Kane hasta Primera Plana –incluso héroes de ficción como Superman o Tintín ejercían este oficio–, no todo el mundo tenía buena opinión de los reporteros. En cualquier caso, dos de las mejores frases sobre el periodismo resultan ser anónimas, si bien son de uso frecuente entre los profesiona­les. Una dice: “No dejes que la realidad estropee un buen reportaje”. La otra reza: “No le digas a mi madre que soy periodista, ella cree que soy pianista en un burdel”.

Sin embargo, el periodismo ha mantenido un alto nivel de prestigio social, como lo demuestran los miles de estudiante­s que en los últimos años han salido de las numerosas facultades de Comunicaci­ón del país. Ni siquiera la crisis del sector, que ha comportado el

El barómetro del CIS deja en pésimo lugar a los periodista­s, a la misma altura que los jueces

despido de cerca de 10.000 periodista­s desde el 2008, ha puesto freno a esa fascinació­n de las nuevas generacion­es. Pero en el último barómetro del CIS se ha puesto de manifiesto la caída en picado de la valoración de los españoles sobre los periodista­s. De hecho, nos deja en pésimo lugar, a la misma altura de los jueces. Los mejor valorados son los médicos y los profesores universita­rios.

Iñaki Gabilondo atribuyó recienteme­nte esta falta de confianza a que la sociedad culpa al periodismo y a la política de los mismos pecados y les reprocha los mismos comportami­entos. Además, considera que los periodista­s nos hemos alejado de la realidad: vivimos en otro mundo y hablamos de la gente sin que nos importe esa gente. Puede que tenga parte de razón Gabilondo, aunque no es menos cierto que si el mundo sabe de los comportami­entos de Bárcenas y del chantaje a que tiene sometido a la cúpula del PP, por poner un ejemplo, es gracias a un periodista que se ha jugado el tipo.

En un país sometido a una crisis implacable, los periodista­s somos los forenses del optimismo, y eso acaba también por causar rechazo. Igualmente, en esta profesión se han colado en tertulias especímene­s que nada tienen que ver con los valores del oficio. A mí me parece que sigue siendo válida la frase que encontré de Carl Bernstein, uno de los dos reporteros del caso Watergate, que escribió: “Tenemos que dejar de creer que pertenecem­os a una casta especial, por encima de todo y de todos, como los monjes. Nosotros somos como los médicos: algunos te salvan la vida, la mayor parte te curan de algo y unos cuantos te matan”.

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