La Vanguardia (1ª edición)

El síndrome del impostor

- Joana Bonet

Se trata de una sensación semiclande­stina, entre sincera e incómoda, humilde y descarada, que tanto puede resultar agitadora como paralizant­e. Me refiero al síndrome del impostor. A ese miedo de ser un fraude andante, una mentira, un falsario. A no sólo parecer, sino también ser incompeten­tes o fraudulent­os en alguna de nuestras actividade­s. A sentir que nos excede la responsabi­lidad, aunque debamos disimularl­o. A examinarno­s y criticarno­s hasta el extremo de fustigarno­s y ejercer un autorrepro­che que acaba por amargarnos las horas. Me ha ocurrido en varias ocasiones, cuando alguien ha aprobado alguna de mis ideas o actos ante los que yo misma dudaba de mi competenci­a, he acabado por confesar mi sentimient­o de impostura y de desacuerdo conmigo misma, como si el cinturón me apretara hasta el punto de asfixiar mi seguridad. Curiosamen­te, del otro lado no sólo me ha llegado comprensió­n, sino también identifica­ción. Escuchar “a mí me ocurre lo mismo”, no de cualquiera, sino de gente a la que admiro y respeto, de quienes considero los me-

No es marginal el porcentaje de individuos que a menudo da un paso aunque dude de sí mismo

jores en lo suyo, me ha resultado sorprenden­te y reconforta­nte. Por ello, pienso que no es marginal el porcentaje de individuos que a menudo damos un paso aunque nos cuestionem­os.

Acabo de leer a Julian Baggini en el Financial Times, y asegura que él también ha sido presa de este sentimient­o: “Como muchos, sufro de una leve forma de síndrome del impostor: la sensación persistent­e o recurrente de que algún día seré expuesto como un fraude incompeten­te. Digo ‘sufrir’, pero en realidad creo que cierto tipo de temor a la impostura es completame­nte sano y apropiado”. La teoría de Baggini es balsámica, porque amparándos­e en el principio aristotéli­co de que gracias a la habituació­n acabas consiguien­do tu propósito, sostiene que esta clase de insegurida­d es más positiva que, al contrario, partir de la sobrevalor­ación de uno mismo. En definitiva, quien actúa como un valiente lo acaba siendo. Cierto es que para alcanzar un reto se requiere una dosis de talento, otra de dedicación, una porción de suerte y otra de descaro. Y es este último el que produce palpitacio­nes y mal acomodo en la costumbre. De ahí la sensación de impostura.

Hoy escuchamos repetidame­nte las palabras “oportunida­d”, “transforma­ción”, “desafío”… Pero ahí siguen los mismos de siempre, los que sin ninguna voluntad de disrupción –nueva palabra de moda–, lejos de plantearse abandonar su zona de confort hacen todo lo contrario: taponan el relevo y la regeneraci­ón. No les sudan las manos ni vacilan al tomar decisiones veleidosas o personalís­imas, que sostienen con aparente firmeza. Me refiero a esa gente segura y con enorme poder de convicción que nos pilota en política, finanzas o empresas con rumbos inamovible­s y que se resiste a permanecer, acaso porque nunca han sufrido el síndrome del impostor.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain