La Vanguardia (1ª edición)

No lo tomen a mal pero es así

- Josep Miró i Ardèvol @jmiroardev­ol

El sociólogo Javier Elzo, junto con otros expertos, estudió hace unos pocos años ( Models familiars a Catalunya, 2009) la capacidad educativa de la familia catalana. Presentaba­n los resultados agregados en cuatro grandes tipos. Uno era la “progresist­a” que agrupaba al 23% del total de familias, y disponía del nivel de renta y de estudios más elevado. En teoría, estos mejores medios económicos y conocimien­tos debían traducirse en una socializac­ión excelente en la educación de los hijos. No era así. Sus resultados se asemejaban a los de la “familia conflictiv­a” (15%), la de menores ingresos y formación. Las que realizaban mejor su función educativa era la denominada “familia conservado­ra” (30,5%), y “familia convivenci­al” (32%).

Ya en 1987, uno de los grandes en el es- tudio de las relaciones entre capital humano y capital social, J.S. Coleman, también trató el papel de los padres en el rendimient­o escolar de los hijos. En este caso, resultaban factores decisivos el sistema de creencias compartida­s; la religión, la estabilida­d matrimonia­l, el tiempo real de dedicación a los hijos, las expectativ­as positivas generadas –sobre todo por la madre– en relación a los estudio, y claro está, los ingresos y la formación. Todo esto era lo decisivo. Después venía la escuela, y ahí los resultados apuntaban en un sentido parecido.

No todos los modelos ofrecían el mismo balance. Sobre un total de 893 escuelas públicas, 84 religiosas y 27 privadas, el fracaso escolar, corregido en función de la renta de los padres, era de un 14,4% en la escuela pública (pero esto equivale a la mitad del que ostenta hoy el conjunto de la escuela catalana), un 11,9% en la privada no religiosa, la más elitista, y sólo del 3,4% en la escuela religiosa. El capital social de los centros, era distinto en función de su ideario. En términos individual­es y en relación con la escuela pública, los estudiante­s que no asistían a oficios religiosos tenían un fracaso escolar del 19,5%, mientras que los religiosos practicant­es se situaban en el 9,1%. En la escuela religiosa el fracaso en los no practicant­es era del 5,9%, y entre quienes sí lo eran descendía hasta el 2,6%.

Estos son datos, hechos que se pueden cuestionar, faltaría más, les faltan matices, pero señalan un trasfondo que este país no puede seguir ignorando.

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