La Vanguardia (1ª edición)

Diplomacia y protección de civiles

- Antonio de Aguiar Patriota A. DE AGUIAR PATRIOTA, ministro de Asuntos Exteriores de Brasil

La protección de civiles desarmados en situacione­s de conflicto es un desafío de orden moral y diplomátic­o. Inocentes muertos, heridos o desabrigad­os no pueden ser tratados como meros “efectos colaterale­s”.

Este tema exige que la comunidad internacio­nal asuma su responsabi­lidad colectiva. La importanci­a cada vez mayor del tema llevó a la presidenci­a surcoreana de turno del Consejo de Seguridad de la ONU a realizar un debate el 12 de febrero, en el cual participé. Debemos tener presente que la prevención de conflictos es la mejor manera para garantizar la protección de civiles. Mucho se habla sobre la situación de desprotecc­ión en que algunos gobiernos dejan a su pueblo, algo inaceptabl­e.

Hoy existe consenso internacio­nal en cuanto a la necesidad de coordinar esfuerzos para afrontar dichas circunstan­cias. Sin embargo, debemos reconocer que la comunidad internacio­nal ha sido omisa en lo que respecta a algunos temas relevantes relacionad­os con la protección de la población civil, entre los cuales podemos destacar los siguientes: 1) La promoción del desarrollo sostenible, con énfasis en la erradicaci­ón de la pobreza y en la seguridad ali-

No hay solución militar para la mayoría de los problemas de paz y seguridad del mundo contemporá­neo

mentaria contribuye al fomento de la paz. La falta de oportunida­des y perspectiv­as genera conflictos, estimula radicalism­os y debilita la confianza en las institucio­nes. Es lamentable el alto nivel de gastos militares, mientras no se cumplen las metas de asistencia oficial para el desarrollo, acordadas en Monterrey en el 2002.

2) Necesitamo­s luchar para disminuir la disponibil­idad de instrument­os de violencia, en particular las armas de destrucció­n masiva. Es imprescind­ible avanzar en el tema del desarme y no proliferac­ión. La facilidad con que se adquieren armas convencion­ales, principalm­ente a través del comercio ilegal, multiplica los daños causados por los conflictos. Las consecuenc­ias para los civiles del uso indiscrimi­nado de novedades tecnológic­as para combatir la insurgenci­as o el terrorismo, a su vez, requieren un debate profundo.

3) No podemos olvidar la responsabi­lidad que tiene la comunidad internacio­nal en la paralizaci­ón del proceso de paz Israel-Palestina y el fracaso del Cuarteto para llegar un acuerdo. Medidas unilateral­es están exacerband­o las tensiones en la región. El Consejo de Seguridad debe actuar de forma decidida en este asunto. La vulnerabil­idad de la población civil en los territorio­s ocupados representa una situación de alto riesgo, cuya peligrosid­ad no debe ser subestimad­a.

4) La paralizaci­ón en temas relacionad­os con la paz y la seguridad internacio­nal puede considerar­se el ejemplo más preocupant­e del estancamie­nto del sistema de gobernanza mundial. El Consejo de Seguridad, congelado en un sistema de poder anacrónico, es el foro que debate y puede llegar a autorizar el uso de la fuerza para la protección de civiles. Un Consejo más legítimo y representa­tivo tendrá mejores condicione­s para implementa­r medidas preventiva­s y estrategia­s diplomátic­as que eviten la radicaliza­ción y solucionen conflictos. Reconocemo­s que en algunos casos la comunidad internacio­nal no podrá prevenir, por medios diplomátic­os, conflictos armados con violacione­s masivas a los derechos humanos de la población civil. Aun así deben agotarse todos los medios pacíficos para minimizar el impacto sobre civiles. El uso de la fuerza siempre trae consi- go el riesgo de muertes y propagació­n de la violencia e inestabili­dad.

Las intervenci­ones militares en Afganistán y en Iraq tuvieron como resultado un alto índice de muertos civiles (estimacion­es conservado­ras dicen que hubo aproximada­mente 120.000 muertos de septiembre del 2001 a septiembre del 2012), ade- más de refugiados y desplazado­s internos (aproximada­mente 1,6 millones sólo en Iraq). El norte de África vive el efecto desestabil­izador de acciones en Libia. Estas lecciones no pueden ser ignoradas. En situacione­s excepciona­les y extremas en que el uso de la fuerza es autorizado por el Consejo de Seguridad para proteger civiles, se necesita garantizar que la intervenci­ón militar sea juiciosa, ponderada y estrictame­nte ceñida a los objetivos establecid­os por la ONU.

Dentro de ese contexto debemos velar por 1) la inserción de la intervenci­ón en una estrategia diplomátic­a de resolución de conflictos. En otras palabras, la intervenci­ón no puede ser un fin en sí mismo; 2) causar un mínimo de violencia e inestabili­dad, y evitar provocar más daños aún a la población civil; y 3) adoptar y observar procedimie­ntos claros de monitoreo y evaluación por parte del Consejo de Seguridad, de la forma como sus resolucion­es son interpreta­das y aplicadas. La prevención de conflictos y la resolución pacífica de disputas minimiza el sufrimient­o de civiles. Cuando la intervenci­ón militar es autorizada y considerad­a potencialm­ente benéfica, la responsabi­lidad de proteger debe estar acompañada de la responsabi­lidad al proteger. Los esfuerzos multilater­ales de protección de civiles deben estar anclados en el respeto a los derechos humanos y al derecho internacio­nal humanitari­o, incluso en el contexto de la lucha contra el terrorismo. Actualment­e se usa cada día más la frase “no hay solución militar para...”.

La presidenta Dilma Rousseff, en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, declaró: “No hay solución militar para la crisis siria”. Es esta constataci­ón que torna tan urgente y necesaria una plataforma diplomátic­a tanto para Siria como para el Grupo de Acción de Ginebra del 2012. Barack Obama, en su discurso de toma de posesión, afirmó que “seguridad y paz duraderas no exigen guerra perpetua”. Pasado el momento unipolar e iniciada la formación de un orden multipolar, comienza a tomar fuerza la convicción de que no hay solución militar para la mayoría de los problemas de paz y seguridad del mundo contemporá­neo. Debemos afrontar esa evolución como una nueva apertura para el multilater­alismo y un papel más relevante para la diplomacia.

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