Díscolos diputados socialistas
En 1930, Enrique Jardiel Poncela publicó una novela de título que resumiría la sesión parlamentaria del pasado 26 de febrero en el Congreso de los Diputados. Si jocosamente Jardiel se preguntaba: “¿Pero hubo alguna vez 11.000 vírgenes?”, hoy nos debemos hacer una pregunta semejante: “¿Pero hubo alguna vez 97 diputados federalistas?”. Y es que el gran tema del debate del día 26 no son los trece diputados del PSC que votaron a favor de la resolución de CiU, ¡sino los 96 que votaron en contra! (más una abstención). 97 parlamentarios socialistas que, debemos suponer, no se han leído una sola página del manual del buen federalista. Y, si lo han hecho, no ha asimilado nada sustancial para replantearse una estructura territorial y política en España mínimamente diferente a la que hoy se sufre. Si me permiten, y con todo el respeto, es a estos 97 diputados a los que se debería sancionar, al menos en nombre del señor Francesc Pi i Margall, que se debe estar revolviendo en su tumba. Socialistas valencianos, vascos, gallegos, andaluces, castellanos… ¿inmunes de entrada al debate y a la solicitud de diálogo territorial? ¿Nada que decir más que votar en contra? ¿Nada que aportar, ni una coma que matizar, ni una propuesta que realizar? Les contaré una historia en la que participé personalmente que muestra cómo han cambiado las cosas. En el 2005 y el 2006, la Fundación Alternativas llevó de excursión por España (yo llegué a estar en Toledo y en Sevilla, si no recuerdo mal) a una serie de personas para difundir la nueva buena de la España plural. Conocí algunas interesantísimas personas entonces (Suso de Toro, por ejemplo) y sobre todo conservo las actas y conclusiones de aquellos seminarios. Recuerdo a Pere Portabella (presidente de la Fundación Alternativas y moderador de algunos de los debates) hablar de la importancia de romper el binomio Estado/nación como sinónimos el uno del otro y recuerdo su apuesta por la lectura posibilista (y muy voluntarista, es cierto) del artículo 2 de la Constitución española para abrir un resquicio a la posibilidad de que más de una nación pueda compartir un Estado con igualdad de derechos y deberes, sin privilegios ni agravios comparativos.
¿Qué ha quedado de todo aquello? No digo ya de la idea de una España plural, olvidada por la táctica socialista actual, sino del destilado de aquellas jornadas, de aque- lla larga relación de nombres, federalistas, muchos de ellos. ¿Nadie en el PSOE se leyó las actas de las jornadas y de los seminarios que la Fundación Alternativas, tan digamos próxima, ofrecía? ¿No se hizo llegar a los diputados un extracto de aquellos debates? Pues si se hizo, el resultado ha sido nulo: un voto negativo siete años después. Ni siquiera una matización, un apunte, nada de un “no pero si” (o un “sí pero no”). Ni una pirueta formal como la del referén-
El debate no son los diputados del PSC que votaron a favor de la resolución de CiU, ¡sino los 96 que votaron en contra!
dum de la OTAN (“de entrada, no”, luego ya veremos, faltaba por añadir). Conozco, por ejemplo, a Ximo Puig, secretario general de los socialistas valencianos y diputado por Castelló en el Congreso de los Diputados desde el 2011 y se que es una persona sensible a la diferencia, a la pluralidad territorial y plurinacional. Y ardo en deseos de que explique ante un café y con calma su posición al respecto, que nos haga llegar, acto seguido, la aportación de los federalistas valencianos, mallorquines, aragoneses, vascos o gallegos a la operación de desencallar el debate territorial en España, si es que la hay. Porque se estará de acuerdo o no con la escueta resolución de CiU, pero el melón territorial hay que abrirlo. Y el PSC, con su gesto, ha tenido la valentía de hacerlo. Y otros no pueden ponerse de perfil para ver si el embolado pasa sin mancharlos demasiado.
A principios de siglo XX, mosén Antoni Maria Alcover, mallorquín y patriarca de las letras catalanas, apuntó una posibilidad que los socialistas valencianos y baleares deberían leer con atención singular. En un discurso pronunciado en la capital valenciana hacia 1918, llamó a Valencia y a Mallorca a ser “amigables componedors” en el litigio entre “l’esperit dominant a Catalunya” y “l’esperit centralitzador dominant en l’organisme de l’Estat”. Pedía, en pocas palabras, ser rótula, bisagra, nexo entre las particulares maquinarias de una España recia y de una Catalunya sola. La tercera vía fue definida por Tony Blair con relativo éxito. Pero al menos, aquel lo intentó. Cosa que no se puede decir de todos los socialdemócratas españoles.