La Vanguardia (1ª edición)

Escritor de oído

- Magí Camps mcamps@lavanguard­ia.es

Miguel Delibes inundó su narrativa de vocablos de su entorno rural, que están desapareci­endo

Si alguien dice: “El mono se ha encaramado a la picuruta de la escalera”, segurament­e el interlocut­or no entenderá exactament­e a qué parte de la escalera se refiere la picuruta. La palabra es un derivado de picota, en el sentido de cima o altura. Miguel Delibes la empleó como sinónimo de coronilla en Aún es de día. No la busquen en los diccionari­os; no la hallarán. Como tampoco encontrará­n acorrillar (arrimar tierra alrededor de la cepa para protegerla), cinto (parte del terreno muy inclinado que separa un bancal de otro), humeón (humo utilizado para ahuyentar a las abejas), mosco (hora en que la trucha come mosquitos), repudrido (fastidiado) o trapunta (la ropa que no se lava). Como estas, hasta 326 voces configuran el Diccionari­o del castellano rural en la narrativa de Miguel Delibes (Ediciones Cinca).

Su autor, Jorge Urdiales Yuste, apasionado del escritor castellano viejo, se ha dedicado a investigar su obra completa. Fruto de su tesis doctoral, ahora ha visto la luz este pequeño diccionari­o que se centra en el léxico no académico del escritor. Es decir, aquellas palabras que Delibes empleaba sin detenerse a pensar, porque para él estaban vivas. Por ello se jactaba de escribir de oído. Es una de las ventajas de ser de la vieja Castilla: no hay peligro de que alguien se atreva a criticar esas voces que no están en los diccionari­os, tachándola­s de jerga o de influencia­s de otras lenguas.

A partir del estudio de la narrativa, Urdiales descubrió en su completa investigac­ión lexicográf­ica que ha- bía vocablos o significad­os no documentad­os en los diccionari­os. Son palabras en vías de extinción, bien porque lo que nombran ya ha desapareci­do, bien porque el lenguaje de los medios de comunicaci­ón ha unificado y unifica modismos en detrimento de los localismos.

Para descubrir la vitalidad de esas palabras, Urdiales recorrió los valles del Esgueva y del Duero y habló con los más viejos del lugar después de ganarse su confianza, tarea laboriosa que requiere tiento. En el trabajo de campo, para fijar el sentido de los 326 vocablos, el autor se exigía una decena de coincidenc­ias entre distintos hablantes, mucho más que las dos o tres fuentes de rigor que recomienda el buen periodismo. Aun así, quedaron una cuarentena de palabras en el tintero. Entonces Urdiales recurrió ya no a las fuentes, sino a la fuente: el propio autor. Delibes se avino a ayudarle. Corría el año 2003.

Las palabras desaparece­rán río abajo, pero gracias a Delibes seguirán vivas en boca de sus personajes, allá entre el Esgueva y el Duero.

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