Los laberintos de un cuentista
MEDARDO FRAILE (1925-2013) Escritor de relatos
El destino, que traza a veces extrañas cabriolas, en la última hora le ha jugado un par de malas pasadas a nuestro escritor, quien acaba de morir a los 87 años. Para empezar, ha querido que el último libro publicado sea una nueva reedición de su única novela, que recupera su primitiva denominación: Laberinto de fortuna. El mismo autor ha confesado que la escribió para demostrar que también era capaz de cultivar el género más popular, si bien el resultado, de compararlo con sus memorias, El cuento de
siempre acabar (2009), se halla muy próximo a la prosa memorialística. La segunda jugada tal vez haya sido morir en Glasgow, aunque fuera en esta ciudad donde terminó asentándose tras abandonar España en 1964 y donde ha sido catedrático de Español en la Universidad de Strathclyde.
Medardo Fraile nació en Madrid y pronto se relacionó con las gentes del teatro. Así, aparece entre los fundadores del grupo de teatro experimental Arte Nuevo (1945), junto a Alfonso Sastre y Alfonso Paso. A pesar de ello, su prestigio se lo debe al cultivo continuado del cuento, como componente de la de- nominada generación del cincuenta, junto a Aldecoa, Sánchez Ferlosio, Fernández Santos, Ana María Matute y Carmen Martín Gaite.
Su primer libro de narraciones, denominación que imperaba en la época fomentada por Aldecoa, fue Cuentos con algún
amor (1954), y el último ha sido Antes del futuro imperfecto (2010), en parte antológico, pero con numerosos inéditos. Pero su mayor reconocimiento
Trabajaba con la ternura, la ironía y el humor, pero también se valía de los colmillos
quizá haya sido el premio de la Crítica, que recibió en 1965 por
Cuentos de verdad. Todos ellos en la tradición que arranca con Chéjov y continúa con Katherine Mansfield, aunque nunca apreciara a Carver, el último eslabón. En varias ocasiones comentó cómo escribía. Confesó que corregía una y otra vez, siempre en busca de la palabra exacta, que se alcanzaba por medio de la sobriedad y la pre- cisión, y cuál era su idea del cuento. Así, opinaba que las narraciones debían decirlo todo, pero sin contarlo, para que se percibiera el eco de la historia. Y como le confesó en una entrevista a Sergi Bellver, trabajaba con la ternura, la ironía y el humor, pero también se valía de los colmillos si era necesario, y con las muchas verdades, mentiras y misterios que esconde la condición humana.
No puede decirse que su obra no haya tenido la suficiente difusión, pues disponemos de dos ediciones distintas de cuentos completos, en Alianza (1991) y en Páginas de Espuma (2004), a las que sumaría la antología de Cátedra (2000) al cuidado de Pilar Palomo. Su escritura, sin embargo, no se limita a los géneros ya citados, puesto que cultivó también la literatura infantil, la crítica teatral, el ensayo, el artículo y el microrrelato. En este primer balance de su trayectoria podemos contar con un buen puñado de buenos cuentos y con el respeto y el aprecio que le han profesado un narrador veterano, como es José María Merino, o los más jóvenes Eloy Tizón, Ángel Zapata, Javier Sáez de Ibarra e Hipólito G. Navarro.