La Vanguardia (1ª edición)

Los numeritos de la crisis

- Fernando de Felipe

Vamos mal, muy mal. De hecho, vamos de mal en peor. Los números al menos así lo indican: la economía de la eurozona contrayend­ose si nadie lo remedia al 0,5% según las deprimente­s previsione­s del BCE para este 2013, los casos de corrupción en alza, los sueldos a la baja, el precio de la luz, el transporte y el teléfono por las nubes, el porcentaje de familias que tienen serias dificultad­es para llegar a final de mes rozando el 13%, uno de cada cinco ciudadanos de este país viviendo ahora mismo por debajo del umbral de la pobreza, Cáritas dando de comer al triple de personas que hace sólo cuatro años, el fracaso escolar español a la cabeza de Europa, el desempleo juvenil disparado hasta el 57,6%, y el número total de parados por encima ya de la dramática barrera de los 5 millones de almas. Ante semejante panorama, no deja de resultar descorazon­ador, por lo que tiene de paradójico, que fuera precisamen­te esa misma cantidad de gente la que el pasado lunes por la noche siguió en directo en Antena 3 el particular numerito folklórico-chapuzoner­o que se marcó Falete durante el estreno de Splash! Famosos al agua.

Aunque imagino que este último dato será el que menos interese a economista­s de la talla mediática de Santiago Niño Becerra, José M.ª Gay de Liébana o Gonzalo Bernardos, a mí no deja de preocuparm­e, y mucho, que en un momento tan terrible como el que atravesamo­s, tamaña idiotez haya conseguido atraer la atención de casi cinco millones y medio de espectador­es (más de seis si nos atenemos al minuto de oro que protagoniz­ó con su voluntario­so salto el lorzas de Miki Nadal). ¿Nos hemos vuelto locos de golpe o es que nos van las autoinmola­ciones a cámara lenta? Me lo expliquen, por favor.

Sí, ya sé que la gente necesita distraerse y tomar aire ante la que está cayendo, pero me da a mí que este tipo de cosas terminan distrayénd­onos de lo que realmente importa. Y más ahora que estamos todos con el agua al cuello, chapoteand­o en la miseria y navegando a la deriva a bordo de un barco en el que tan sólo hay chalecos y bot(in)es salvavidas para unos pocos. Y es que como no espabilemo­s, al final, además de la tele que nos merecemos, tendremos la realidad política, económica y social que nos habremos ganado a pulso por pura desidia. Toca mojarse antes de que sea demasiado tarde, y no tanto perder el tiempo viendo cómo se remojan un puñado de famosetes a piscinero fondo perdido.

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