69.748 zombis
Una buena actuación de Alexis, un gol de Messi, una mejoría en el rigor defensivo y tres puntos. Este es el balance de un partido jugado con más convicción que acierto, planteado para recuperar fuerzas y no como la oportunidad de muscular la evidente vulnerabilidad del equipo. Antes, Josep Maria Espinàs, con corbata azul y grana, se cobró la vieja deuda del respeto institucional como coautor del Cant del Barça gracias a una directiva que, en esta materia, ha tenido más palabra y compromiso que sus predecesoras. Acostumbrado a hablar y no a declamar, Espinàs tuvo que buscar el tono y la cadencia en el baúl de los tiempos en los que, fugazmente, fue candidato de una coalición de izquierdas y nacionalista. Calculó bien la extensión de su intervención: si llega a durar diez segundos más, el sector más impaciente del Camp Nou lo habría abucheado.
El sábado, igual que en otras ocasiones, el Camp Nou desplegó un estilo quirúrgico de adhesión, con vasos comunicantes entre la crítica (a Cesc) y el elogio (al calentamiento de Messi) y con una voluntad de desmentir a los apóstoles de la animación artificial. Es un esfuerzo inútil. La junta directiva lleva tiempo menospreciando a los barcelonistas convencionales, que pagan la tarifa normal y animan cuando lo consideran oportuno, justo y necesario. No serán lo bastante macos, digo yo. La pancarta instalada en el gol sur (“Cementiri blaugrana. Gràcies a tots”), impune y custodiada por los servicios de seguridad, es una declaración de principios de un tipo de aficio- nados pero también del deseo de la junta de querer imponer una promesa electoral con el fórceps de los niños malcriados; negando las evidencias y anteponiendo la reacción primaria y el pataleo a la lógica de los argumentos.
Azuzados por la ofensa y la mezquindad mantenidas durante noventa minutos, los zombis del Camp Nou animaron con la discontinua intensidad tradicional, conscientes de que, como ocurre con los controles de seguridad de los aeropuertos, la mayoría de justos siempre paga por una minoría de pecadores. Rosell y Cardoner, que tanto han reivindicado el perdón y el deseo unitario de paz como formas legítimas y respetables de relación, tendrían que ser consecuentes y pedir perdón a los 69.748 espectadores insultados por la pancarta.
Mañana, en cambio, no habrá fisuras. Más de 95.000 culés llenarán el estadio y acompañarán al equipo hasta el final. En momentos de dificultad competitiva, nunca han necesitado que se lo pidan, pero está bien que Puyol reclame la presencia de los aficionados y que alguien con la credibilidad de Espinàs nos recuerde el verso más conclusivo de su canto: “Tots units fent força”.
Con la camiseta puesta, iremos al campo con algunas ideas en la cabeza. De entrada, que el resultado de ida hace más posible la proeza épica pero también una derrota que todos los deportistas tienen que asumir como desenlace alternativo. Y también que
Si el Barça juega como el sábado contra el Milan, no habrá nada que hacer
si el Barça juega como el sábado, no habrá nada que hacer. Por suerte, si hiciéramos una encuesta entre todos los culés (zombis o animadores pre
mium, da igual), el 101% afirmaría que el Barça no jugará como el sábado. Y aunque alguien pueda pensar que no es así, el Camp Nou también ha demostrado que si el equipo compite, si lo da todo y no comete errores poco profesionales, sabe entender y compartir, con grandeza y generosidad, la decepción de la eliminación.
Al salir del partido del sábado, se respiraba un tipo de insatisfacción moderada porque los aficionados entienden los atenuantes de esta temporada. Mañana, en cambio, y aunque sea durante noventa minutos (o más) excepcionales, tendríamos que conseguir que los mismos atenuantes fueran un acicate.