La Vanguardia (1ª edición)

69.748 zombis

- Sergi Pàmies

Una buena actuación de Alexis, un gol de Messi, una mejoría en el rigor defensivo y tres puntos. Este es el balance de un partido jugado con más convicción que acierto, planteado para recuperar fuerzas y no como la oportunida­d de muscular la evidente vulnerabil­idad del equipo. Antes, Josep Maria Espinàs, con corbata azul y grana, se cobró la vieja deuda del respeto institucio­nal como coautor del Cant del Barça gracias a una directiva que, en esta materia, ha tenido más palabra y compromiso que sus predecesor­as. Acostumbra­do a hablar y no a declamar, Espinàs tuvo que buscar el tono y la cadencia en el baúl de los tiempos en los que, fugazmente, fue candidato de una coalición de izquierdas y nacionalis­ta. Calculó bien la extensión de su intervenci­ón: si llega a durar diez segundos más, el sector más impaciente del Camp Nou lo habría abucheado.

El sábado, igual que en otras ocasiones, el Camp Nou desplegó un estilo quirúrgico de adhesión, con vasos comunicant­es entre la crítica (a Cesc) y el elogio (al calentamie­nto de Messi) y con una voluntad de desmentir a los apóstoles de la animación artificial. Es un esfuerzo inútil. La junta directiva lleva tiempo menospreci­ando a los barcelonis­tas convencion­ales, que pagan la tarifa normal y animan cuando lo consideran oportuno, justo y necesario. No serán lo bastante macos, digo yo. La pancarta instalada en el gol sur (“Cementiri blaugrana. Gràcies a tots”), impune y custodiada por los servicios de seguridad, es una declaració­n de principios de un tipo de aficio- nados pero también del deseo de la junta de querer imponer una promesa electoral con el fórceps de los niños malcriados; negando las evidencias y anteponien­do la reacción primaria y el pataleo a la lógica de los argumentos.

Azuzados por la ofensa y la mezquindad mantenidas durante noventa minutos, los zombis del Camp Nou animaron con la discontinu­a intensidad tradiciona­l, consciente­s de que, como ocurre con los controles de seguridad de los aeropuerto­s, la mayoría de justos siempre paga por una minoría de pecadores. Rosell y Cardoner, que tanto han reivindica­do el perdón y el deseo unitario de paz como formas legítimas y respetable­s de relación, tendrían que ser consecuent­es y pedir perdón a los 69.748 espectador­es insultados por la pancarta.

Mañana, en cambio, no habrá fisuras. Más de 95.000 culés llenarán el estadio y acompañará­n al equipo hasta el final. En momentos de dificultad competitiv­a, nunca han necesitado que se lo pidan, pero está bien que Puyol reclame la presencia de los aficionado­s y que alguien con la credibilid­ad de Espinàs nos recuerde el verso más conclusivo de su canto: “Tots units fent força”.

Con la camiseta puesta, iremos al campo con algunas ideas en la cabeza. De entrada, que el resultado de ida hace más posible la proeza épica pero también una derrota que todos los deportista­s tienen que asumir como desenlace alternativ­o. Y también que

Si el Barça juega como el sábado contra el Milan, no habrá nada que hacer

si el Barça juega como el sábado, no habrá nada que hacer. Por suerte, si hiciéramos una encuesta entre todos los culés (zombis o animadores pre

mium, da igual), el 101% afirmaría que el Barça no jugará como el sábado. Y aunque alguien pueda pensar que no es así, el Camp Nou también ha demostrado que si el equipo compite, si lo da todo y no comete errores poco profesiona­les, sabe entender y compartir, con grandeza y generosida­d, la decepción de la eliminació­n.

Al salir del partido del sábado, se respiraba un tipo de insatisfac­ción moderada porque los aficionado­s entienden los atenuantes de esta temporada. Mañana, en cambio, y aunque sea durante noventa minutos (o más) excepciona­les, tendríamos que conseguir que los mismos atenuantes fueran un acicate.

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JORDI PLAY Palco del Camp Nou con directivos que tendrían que pedir perdón al público
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