La Vanguardia (1ª edición)

Bésame, bésame mucho

- Quim Monzó

Finalmente, el sábado por la noche, la televisión turca no retransmit­ió el Festival de la Canción de Eurovisión. Había advertido que no lo haría porque la participac­ión finlandesa había anunciado que la canción que interpreta­rían acababa con un beso entre la cantante, Krista Siegfrids, y una de sus bailarinas. Las autoridade­s turcas no acaban de entender que dos chicas se den un beso, igual que no entienden que las azafatas de Turkish Airlines vayan con las labios pintados de rojo, rosa o escarlata. Es parte de la actual ofensiva islamizado­ra, extraña en un país que, desde Atatürk, enarbolaba la bandera de la laicidad. El paso siguiente será una ofensiva contra el consumo de tabaco y de alcohol, para ir constriñén­dolos cada vez más.

El sábado, la noche de Eurovisión fue aburrida, como es habitual, con música tronada y cantantes estereotip­ados. Como pasa desde hace unos años, el único aliciente era seguirla por el televisor y, simultánea­mente, por Twitter, para disfrutar del ingenio de muchos tuiteros: grandes Petete Potemkin, Quimi Portet, Sopetero, Angus, Sanjosex, Grassonet Bord, Hematocrít­ico, Elizabeth Windsor (supuesta reina de Gran Bretaña)... Y entonces llegó la canción finlandesa. Krista Siegfrids apareció en el escena-

Las autoridade­s turcas no acaban de entender que dos chicas se den un beso

rio entre diversos posibles novios machotes, medio vestida de novia y con unos zapatones de plataforma de color rosa. La canción se llama Marry me (cásate conmigo). El objetivo del beso final era reivindica­r el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo, en Finlandia. Aunque sorprenda, Finlandia es el único país escandinav­o donde ese tipo de matrimonio aún no es legal. De ahí el título de la canción y el beso reivindica­tivo. Pues efectivame­nte, tal como habían anunciado, cuando la melodía fue languideci­endo, una de las bailarinas se acercó a la cantante y ambas se dieron un beso. ¿Intensidad del beso? Anodina. Casi lo que ahora llaman un pico. Puso algo más de interés la cantante que la bailarina, a quien casi se le escapaba una sonrisa. Ese desinterés evidenció que era simplement­e una broma. Si realmente con aquel beso querían reivindica­r algo, tendrían que haber puesto más decisión. Me recordó aquellos viejos besos de las películas en blanco y negro, cuando actores y actrices acercaban los labios respectivo­s y los juntaban sin ningún tipo de lubricidad, como si el beso no fuera una delicia él mismo, a parte de que luego sea (o no) el primer paso hacia otras delicias. En vez de eso, nos hicieron retroceder cincuenta o sesenta años, cuando los besos, en el audiovisua­l de entonces, se daban de forma reprimida. Por un momento pensé que quizá una de las dos –cantante o bailarina– había hecho lo que Marlon Brando cuando, de jovencito, actuaba en un teatro de Broadway con Tallulah Bankhead: cada vez que tenían que darse un beso en el escenario, justo antes se comía unos cuantos ajos.

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