Un debate cultural
HACE ya tiempo que se oyen voces alertando sobre la destrucción del tejido cultural catalán. La crisis tiene efectos terribles sobre diversos colectivos creativos, abocados a interrumpir sus actividades. La caída del público y los recortes de ayudas se acentúan día a día, pero los gastos generales que lleva aparejada esta actividad perviven. El resultado de esta ecuación, con inquietante frecuencia, es el cese de actividades de unos agentes culturales que se ven forzados a buscar otros medios de subsistencia. La situación, siendo dolorosa, no es rara, puesto que se da en todos los ámbitos. Pero el hecho de que algunas instituciones estén impulsando nuevos centros museísticos y costosas operaciones ha suscitado críticas en el sector. Para algunos es incomprensible que se impulsen nuevos equipamientos cuando otros, y muy principales, tienen serias dificultades económicas para armar una programación consistente; cuando muchos profesionales de la cultura, ya sean jóvenes talentos o personas de larga y acreditada trayectoria, se están viendo privados de los mínimos imprescindibles para cumplir con su cometido.
Más allá del coste de cada uno de estos equipamientos culturales –que no vamos a discutir aquí– parece lógico reclamar a las instituciones que formulen sus prioridades con buen criterio. La mejora del parque de equipamientos es importante. Pero el mejor capital cultural del país son sus creadores con talento. Y hay que intentar mantener sus constantes vitales.