La Vanguardia (1ª edición)

“Los mismos cabrones...”

- Joaquín Luna

Sobre liderazgo hay muchos libros, y casi todos anglosajon­es; sobre la debida obediencia, más bien pocos.

España tiene un problema antiguo: los que mandan mandan mucho y arbitraria­mente, mientras que el pueblo llano se ha protegido con el conformism­o –por obligación, también por pereza– y prefiere no decir ni pío y verlas venir. Una situación muy española –y trágica– es la de unos críos que juegan al fútbol y en un lance el balón se pierde en los confines. Lo inteligent­e es que todos corran a buscarlo para seguir jugando lo antes posible. En la práctica, la reacción de la mayoría es el escaqueo y esperar a que los más tontos recuperen la pelotita.

No hay que ser Albert Camus en su centenario para decir que el fútbol da grandes enseñanzas más allá de aprender gentilicio­s insólitos (ilicitanos, ovetenses, onubenses...). El fútbol es una de las primeras escuelas para digerir los contratiem­pos. Y tiene una contradicc­ión muy pedagógica: un deporte colectivo protagoniz­ado por once egos (la gran figura de un equipo es el 9, el delantero centro: un jugador que se va deprimido a casa cuando su equipo ha ganado 5 a 0 si él no ha marcado un tanto).

El entrenador galés John Toshack tuvo un paso efímero por el Real Madrid, pero dejó frases

Mourinho no existiría si antes los jugadores del Madrid no hubieran perdido por 4 a 0 en Alcorcón...

antológica­s (a diferencia de Mourinho, Toshack es el tipo de personaje con el que uno se iría de copas). Después de una derrota deshonrosa y en la víspera del siguiente partido, Toshack dijo aquello de que “los lunes siempre pienso en cambiar a diez jugadores, los martes a siete u ocho, los jueves a cuatro, los viernes a dos y los sábados ya pienso que tienen que jugar los mismos cabrones”.

Mourinho es una parte del problema –el mal liderazgo–, pero los jugadores no son la solución, porque su tendencia al egoísmo y la indiscipli­na exige, a menudo, autoritari­smo. No habría Mourinho si los jugadores del Real Madrid no hubiesen perdido la temporada anterior, por ejemplo, por 4 a 0 en el campo del Alcorcón un partido de Copa que luego ni siquiera remontaron en el Bernabeu.

El liderazgo ideal es imposible si la tropa no está por la labor y nadie quiere ir a buscar la pelotita perdida. Quizás dos de los entrenador­es más educados y sabios que han pasado por España el último cuarto de siglo fuesen Bobby Robson y Jupp Heynckes. Al primero, los jugadores del Barça lo llamaban “l’avi Miquel” –ya pueden imaginar el respeto que le dispensa-

El entrenador es un remedo del ejecutivo ‘tiburón’: a cambio de resultados se carga una marca centenaria

ban– y al alemán el vestuario lo ninguneaba hasta el punto de que estaba sentenciad­o ya antes de que el Real Madrid ganase su séptima Copa de Europa (aquello sí que era una meta ansiosa y, en teoría, gratificab­le).

Después de tres años de rendicione­s y adhesiones, el madridismo ha descubiert­o, ¡oh¡, la sopa de ajo: una entidad centenaria en manos de un personaje cainita al que se toleró lo que nunca antes se había permitido a entrenador alguno, hasta el punto de que en tres temporadas se ha cargado los valores que el Real Madrid hacía suyos y ahora tardará años en recuperar. Jugar con la credibilid­ad de una institució­n es muy peligroso: se tarda años en configurar y minutos en perder.

Mourinho es un prototipo del ejecutivo tiburón. Llegan a una compañía –hoy aquí, mañana allá– y se les da manga ancha en pos de unos resultados muy ambiciosos. A corto plazo, los consiguen (Mourinho cortó la aplastante superiorid­ad del Barça). A medio o a largo dejan a menudo un erial. Ellos ya están lejos y a resguardo. Una suerte de capitalism­o resultadis­ta que tantos éxitos y prestigio había dado a Mourinho antes de aterrizar en Madrid y recibir las llaves del club.

Hoy el Real Madrid es una marca que cotiza peor en bolsa que hace tres años. Pero no todo fue Mourinho: también él tenía un jefazo –Florentino Pérez, cómplice necesario– y unos subordinad­os que en un partido clave, Dormund, semifinal ida, no estuvieron a la altura...

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