El atractivo de la madurez
El Náutico de Barcelona reúne otra vez a los mejores en una edición especial
El Trofeo Conde de Godó llega a la edición número 40 de su historia asentado plenamente como uno de los grandes eventos internacionales de vela. Desde este miércoles hasta el domingo, el Real Club Náutico de Barcelona acoge regatas que reúnen a las clases más atractivas y competitivas del panorama deportivo de este deporte.
Desde los impresionantes Wally, un compendio de lo que significa el diseño naval llevado a la categoría de arte, hasta los pequeños y siempre emocionantes J80, en los que la máxima igualdad que define la clase propicia batallas increíbles, el Trofeo cuenta también con el altísimo nivel profesional de los TP52 y Soto40, habitualmente presentados como los fórmula 1 del mar, y la afición por navegar convertida en pura pasión que define el ambiente de la clase ORC, donde se agrupan los barcos estándar preparados muy minuciosamente para convertirlos en máquinas de carreras y donde los navegantes amateurs encuentran el hábitat idóneo para tomar parte en eventos de máximo nivel, como el propio Trofeo y la Copa del Rey.
El Náutico de Barcelona demuestra así, en momentos de dificultades económicas e incertidumbres, que alcanzan a todos los ámbitos, su firme determinación de mantener el deporte de la vela como una de las señas de identidad de Barcelona.
La capital catalana fue la primera sede olímpica en la que este deporte compartió el mismo ámbito que el resto de las disciplinas (hasta 1992, la vela se disputaba en una subsede, en muchas ocasiones muy lejana, en función de la situación geográfica de la ciudad organizadora) y los regatistas pudieron integrarse por fin en la villa olímpica en igualdad de condiciones con todos los demás deportistas olímpicos.
La medida, en los Juegos de Barcelona, no fue sólo adecuada sino que resultó en la práctica un reconocimiento a uno de los deportes en que el país es una potencia mundial y en que precisamente aporta el mayor número de medallas en todas las citas olímpicas.
Desde esa cita, recor- dada como uno de los grandes acontecimientos de la historia de la capital catalana en el siglo XX, Barcelona ha sabido encontrar otros motivos para mostrar su relación íntima con el mar y la navegación, plasmada, como símbolo, en la estatua dedicada a Cristóbal Colón en el lugar donde desemboca su avenida más conocida.
La creación de la Barcelona World Race fue, en este sentido, toda una declaración de intenciones de la ciudad, al organizar una regata alrededor del mundo que reúne los elementos de aventura, superación humana y espectacularidad que la han convertido en un gran acontecimiento cada cuatro años. Y que, más allá de la pura faceta deportiva, sirve para dinamizar la industria náutica y el turismo, motores fundamentales de la actividad económica. La vela se ha convertido así en un factor en el que Barcelona se apoya para progresar.
El Trofeo Conde de Godó se inscribe en este contexto. A lo largo de sus cuarenta años, esta competición ha sido la gran animadora de todo cuanto ha ocurrido en el