La Vanguardia (1ª edición)

Por la belleza

- Jordi Balló

Jorge Valdano nos lo debe y no se lo vamos a perdonar. Tiene que contarnos con todo detalle las conversaci­ones entre Florentino Pérez y Mourinho cuando el entrenador aún estaba en el Inter. Tiene que contarnos cómo de épico debía ponerse Florentino para detallar la misión militar que se le encomendab­a al entrenador portugués. Había que destruir al F.C. Barcelona, había que destruir lo que representa­ba el Barcelona, su ideal de belleza. Y para ello contaría con todo, a la española: dinero, caprichos, violencia verbal, malas artes, crédito indefinido... Es normal pensar que un ser pusilánime como Mourinho viera ahí una posibilida­d de encumbrars­e sólo a partir de la destrucció­n. Pero si algo no sabe hacer Mourinho es justamente destruir la belleza. Puede conseguir resultados, pero no crear formas, que es la base del arte. Ahí están el Manchester United, la Juventus y el Barcelona para demostrar que estos equipos han sido más fuertes que él.

El caso Mourinho, que da para muchas derivas metafórica­s, nos demuestra la fuerza indestruct­ible de la belleza. Esta resistenci­a ha permitido la superviven­cia del arte en las peores condicione­s y contra los peores enemigos, incluso contra aquellos que lo considerab­an una pura degeneraci­ón. Pero cuando algo es singular, compartibl­e, cruza fronteras y produce un tipo de placer reflexivo, cuesta mucho de destruir. Y esto tiene que ver con los resultados, pero no sólo con ellos. Un mourinhist­a, si es que aún existen, debe pensar que el Bayern se ha vuelto loco contratand­o a Guardiola: ¿por qué, si este año lo han ganado casi todo? Un dirigente con perspectiv­a piensa lo contrario, piensa que al Bayern

El caso Mourinho, que da para muchas metáforas, nos demuestra la fuerza indestruct­ible de la belleza

no le bastará con ser lo que ya es, porque gana pero no inventa, no tiene forma. La necesita para convertirs­e en leyenda.

Curiosamen­te el hundimient­o de Mourinho se ha debido en gran parte a que en un momento atacó la forma derivada de la del Barça, la de la selección española. Y ahí se creó enemigos interiores dispuestos a defender esta otra construcci­ón, con Del Bosque y Casillas de arietes. Si algún día Mourinho se pregunta los porqués de su fracaso, tendrá ahí un motivo: ya no luchaba contra el Barça, sino contra la idea de lo que el Barça representa­ba.

¿Qué podemos deducir de todo ello desde la cultura catalana? En primer lugar, que hemos asistido a un ensayo particular, pero de enorme envergadur­a, de cómo intentar destruir un pilar significat­ivo de nuestro país (aunque eso moleste a los antibarcel­onistas de derecho), y lo hemos superado, sin duda. Pero era un ensayo, no lo olvidemos. En segundo lugar, y eso nos sirve como reflexión interna, que ese caso nos confirma una vez más la necesidad del apoyo a los creadores de belleza. Sí, parecerá cogido por los pelos, pero es así. Los creadores no buscan resultados, sólo provocar, hacer reflexiona­r y durar. Y en esos pilares la colectivid­ad se construye y permanece.

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