Después de la tempestad
Hace un año, el Barça todavía tenía la Liga a su alcance cuando el Madrid visitó el Camp Nou a cinco jornadas del final. Perdió el Barça y en el estadio flotaba la sensación razonable de que el equipo, que quedó a siete puntos de los merengues, acababa de despedirse del título. Pero, contraviniendo la tradición secular del barcelonismo, los espectadores no reaccionaron airadamente, sino que despidieron a su equipo entre ovaciones. Podía pensarse que el público mantenía el respaldo a su equipo porque cuatro días más tarde el Chelsea visitaría el Camp Nou y al Barça se le ofrecía la oportunidad de alcanzar la final de la Copa de Europa. Sin embargo, lo que menos esperaba el barcelonismo, y tal vez menos merecía su equipo, volvió a suceder: los blues, con un fútbol ramplón pero físico y de una entrega abnegada, dejaron al Barça fuera de la Champions. Y, de nuevo, el público se puso en pie para ofrecer a su equipo muestras de apoyo y beneplácito. No se estaba celebrando la derrota, que la aversión barcelonista por el resultadismo no llega a tal extremo, sino que se premiaba un estilo con el que el público se sentía plenamente identificado y a los jugadores y técnicos que lo habían hecho posible.
La consecuencia de aquel doble re- vés deportivo fue la renuncia de Pep Guardiola a su cargo, pero su marcha no significó la ruptura con un modelo, porque la dirección del equipo la asumió Tito Vilanova, copartícipe de todos los éxitos alcanzados por el equipo con Guardiola, albacea de su filoso- fía y conocedor profundo de las exigencias y la mentalidad del barcelonismo. El balance de esta temporada, pese a los contratiempos de sobras conocidos y comentados, es positivo, puesto que el equipo azulgrana ha recuperado el título de Liga, y ha convertido el éxito madridista de hace un año en una excepción anecdótica.
¿Por qué el Madrid no ha conseguido encadenar dos ligas seguidas y mientras el Barça suma cuatro de las cinco últimas? Porque el Barça parte de una estructura deportiva fiable y consolidada, mientras que el Madrid sigue experimentando, aferrado y obsesionado con los resultados como un fin para el que no importan los medios. Y lo patético es cuando esos resultados no llegan. Frente a un Barça que mantiene su solvencia, el Madrid se ve agobiado por el mismo mal que en otros tiempos atacó a su gran rival, las urgencias históricas. Mourinho fue contratado porque el madridismo no soportaba la abrumadora superioridad del Barça de Pep Guardiola, a lo que añadieron su obsesión por conquistar su décima Copa de Europa. Tres años después de su llegada, persisten esas frustraciones colectivas y el que había de ser el entrenador milagro está siendo sometido a un escarnio por quienes durante meses le han sometido a una “presión insoportable”, en palabras del presidente Florentino Pérez.
El Madrid está muy habituado a cambiar de entrenador, pues entre Vicente del Bosque, idealizado ahora como el gran referente, y la llegada de José Mourinho, el Madrid contó con nueve técnicos, entre ellos Camacho, Luxemburgo, Capello, Juande Ramos, Schuster y Pellegrini. Nada hace pensar que, tras el fracaso de Mourinho, el Madrid encontrará por fin el entrenador idóneo, capaz de descabalgar al Barça, dueño y señor de la Liga espa-
El madridismo espera al sucesor de José Mourinho como ‘el pacificador’
ñola tras el paréntesis ocasional de la pasada temporada. Algunos medios ya califican al próximo técnico como el pacificador, dada la crispación que se vive en el entorno merengue.
Superar al Barça dejará de ser prioritario en los objetivos del nuevo entrenador, que antes deberá ganarse a una plantilla levantisca y repleta de primadonnas, tener mano izquierda con una prensa radicalizada y ofrecer una imagen pública de persona con modales. Si lo logra, hasta se resignarán a que la décima siga siendo una quimera.