La Vanguardia (1ª edición)

La enmienda Aznar

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LA reaparició­n del expresiden­te del Gobierno José Maria Aznar en el ruedo político español pretende ser una enmienda a la totalidad del Ejecutivo de Mariano Rajoy. Desde hacía tiempo se hablaba en voz baja de la opción Aznar para un partido y un Gobierno acosado por la crisis, por la cuestión catalana y por la rebelión de algunos de sus barones. Pero la contundenc­ia que mostró el expresiden­te en Antena 3 sorprendió a todos. El presidente Mariano Rajoy ha hecho mutis por el foro, aunque el ministro Cristóbal Montoro ha señalado en tono que suena a despectivo que “las añoranzas, para otro día”.

Aznar se presentó con un discurso plagado de titulares. Desde la propuesta de bajar inmediatam­ente los impuestos –“hace falta cuidar a las clases medias”– hasta la necesidad de acabar con el reto de la secesión catalana, adobada con un tenebroso “hasta las últimas consecuenc­ias” o proponerse explícitam­ente para tomar las riendas con el objeto de salvar España (“y cumplir con mi responsabi­lidad, con mi conciencia, con mi partido y con mi país”). Lo hizo sin un atisbo de autocrític­a, ni sobre la burbuja inmobiliar­ia, ni en los problemas de su partido con la financiaci­ón a raíz del caso Bárcenas, ni siquiera en la relación de alguno de sus familiares con la trama Gürtel. Todo lo contrario, se vanaglorió de que en sus dos mandatos aumentó la población activa de los 12 a los 18 millones de trabajador­es y de haber bajado los impuestos.

El objetivo de Aznar es claro: lanzar una dura advertenci­a al Gobierno de Rajoy, con el que, afirmó, habla muy poco, y situarse en el escaparate. “Me gustaría –dijo– que el (Gobierno) actuara todos los días y ver objetivos históricos renovados, un proyecto político claro y una acción política decidida”. Y añadió que “hay que ofrecer esperanza y no una lánguida resignació­n”. En un mensaje dirigido a su partido, exigió que el Gobierno se apoyara en su mayoría absoluta para actuar y no recurrir a pactos sustitutor­ios que significar­ían, según el expresiden­te, “un error estratégic­o garrafal”.

Es cierto que la mayoría de los partidos en el gobierno están sufriendo las consecuenc­ias de la durísima crisis económica, lo que provoca un profundo malestar en sus propias filas. Sin ir más lejos, ayer se hacía referencia en esta misma columna a la rebelión tory a la que está haciendo frente el primer ministro británico, David Cameron. También el presidente francés, François Hollande, se halla en unos niveles de popularida­d insólitos en la historia de la V República. Italia ha tenido que recurrir a unas elecciones para tratar de superar la crisis institucio­nal, que no garantizan, por supuesto, una salida a la situación a pesar del governissi­mo. Una crisis de la que tampoco se escapan el Gobierno de Rajoy y el PP, que ha visto reducir considerab­lemente sus expectativ­as electorale­s, y la salida intempesti­va de José María Aznar es la prueba.

Pero la pregunta es si el hipotético retorno del expresiden­te revertiría en la solución de los problemas. La respuesta es que no. No vale la experienci­a de gobierno en una etapa de esplendor económico para resolverlo­s, máxime si se tiene en cuenta que de aquellos polvos vinieron estos lodos. Por si no tenía suficiente­s dificultad­es Rajoy, ahora se le suma la de un expresiden­te que contribuye a dividir al partido que da apoyo al Ejecutivo. Una cuestión que señalará la demostrada capacidad de superviven­cia del político gallego y, lo que es más importante, marcará sin duda el futuro del país.

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