La Vanguardia (1ª edición)

“Tengo una confianza ciega en el intercambi­o de miradas”

66 años. De Albacete, vivo en Madrid. Viudo de Esperanza, tengo dos hijas. Urge que todos los ministros tomen conciencia seria y rápidament­e de que son empleados nuestros, y que siguiendo su lógica liberal podríamos ponerlos de patitas en la calle. No cre

- IMA SANCHÍS

Qué le ha pasado en estos últimos diez años? He tenido un infarto cerebral que me dejó el lado izquierdo patidifuso de pata y brazo.

Vaya.

También he hecho varias películas, he escrito varios guiones, me he quedado viudo, he visto crecer en sabiduría y belleza a mis dos hijas... Y no me quejo salvo del mundo en que vivimos, que no me gusta un pelo.

La vida no es ji ji ja ja. No, y sin embargo es mejor que nosotros. Si supiéramos adaptarnos a los resortes que mueven la vida, que son más sabios que los que nosotros hemos impuesto culturalme­nte, mejor nos iría.

Compara usted al humano con el escarabajo pelotero. Todos los excedentes económicos que dejamos en este mundo cuando morimos son el fruto de mover y acumular una bola enorme de mierda que luego no te puedes comer.

Trastos, coches, dinero, casas... Acumulació­n innecesari­a y ofensiva para los demás. Lo que pasa es que la mierda luce mucho. Esta sociedad se sostiene sobre tres patas. Una es la apariencia: importa un soberano carajo lo que se es, lo que importa es lo que otros ven de ti. Y los demás te ven en titulares, echan un vistazo y dicen “este es un...”. Las otras dos patas son la percusión y la reiteració­n: molas más si se te ve más y si repites y repites y repites lo mismo.

Los hay profesiona­les. El qué dirán es uno de los valores supremos de la estupidez.

¿Cuál es su modelo de vida? Tener la suerte de conseguir lo suficiente para satisfacer mis necesidade­s reales. Y mucho cariño, que te acaricien. Salud física y política: que no te traten de imbécil.

¿Qué ha aprendido de esencial? Los espejos deberían romperse cuando nos miramos en ellos por la mañana si el día y la noche anterior no hemos sido personas.

Menudo presupuest­o en espejos. A mí no me compensa no creer en la gente. Incluso me creo lo que dicen los políticos en campaña, y el que no lo cumple considero que ha roto el contrato que había establecid­o conmigo y lo trato de indeseable.

¿Qué más? A menudo la verdad no te ennoblece, te hace más mezquino. En las relaciones senti- mentales me dicen: a “Tengo veces es que mejor contarte mentir. una Cuando cosa...” pienso: la confesión “Mejor te quedas que no me libre lo de cuentes”. pecados, Con es decir, la conciencia. te liberas y cargas sobre el otro tu ma

Y dice usted que le gusta querer mucho. ¿Tipo hasta el tuétano? Un abrazo sintetiza lo mejor de lo que somos capaces. Pero el mecanismo de autoengaño del corazón es como un reloj suizo. A partir de los 30 años uno debería intentar saber por qué piensa lo que piensa, A partir de los 40, por qué siente lo que siente. Pregúntese por qué se ha enamorado.

Las mujeres solemos enamorarno­s de quien nos hace reír. Eso decís, yo por eso suelo ser bastante cachondo, por si es verdad. Pero yo no quiero enamoramie­nto, ese estado de interdepen­dencia me resulta molesto. A mí lo que me cambió la vida fue tener hijas; es de lo único que me siento responsabl­e al cien por cien.

“No permitas que te mire un niño sin ver una sonrisa en ti”, escribe. Ellos no han pedido nacer. Nosotros somos culpables de todo. Hay que facilitárs­elo.

Y de las mujeres, ¿qué ha aprendido? ¡Un huevo! Pero estoy hablando de mujeres inteligent­es y sensibles, porque las hay acémilas, que llevan al extremo lo del trípode (apariencia, percusión, reiteració­n). Y se ajustan la blusa y se ponen rellenos porque el hombre es tan tonto que ver dos globos inflados potencia su entusiasmo. A mí vuestro arrojo me resulta emocionant­e.

Elija usted otro tema. Cuando me hablan de mi carrera les digo que nunca he participad­o en ninguna carrera, por gordito o porque no me ha dado la gana. Los primeros, los número uno, son antipático­s, esa búsqueda de la excepciona­lidad me parece patética. Así que ver que en una ley de educación el elemento básico es la competitiv­idad me pone malo.

Dice en su libro: “En esto de la evolución debieron tirar para hombres los monos más tontos”. Sí, los que más necesitaba­n las cosas. No sé por qué lo primero que aprenden los niños es “mío”. Será innato, pero la cultura está para civilizarn­os. La naturaleza mata, pero mata mucho más el odio y la ambición de poder.

¿En qué consiste el sentido de la vida? Estamos en ella, arrojados. Mi norte son los raticos y el calorcillo. Un cruce de miradas de ocho segundos equivale a un discurso, un ruego, una amonestaci­ón, una expresión de dos deseos, pudor, admiración y acuerdo. Yo tengo una confianza ciega en el intercambi­o de miradas.

¿Y mañana? Mira al doblar la esquina. ¿A que creías que lo habías visto todo?

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ANA JIMÉNEZ

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