Los terroristas de Londres estaban fichados por la policía
Dos detenidos más mientras se extiende el temor a otro tipo de terror
El asesinato con saña de un soldado británico en el sudeste de Londres entronca, aunque a una escala muy diferente, con el reciente atentado en el maratón de Boston y con las bombas de julio del 2005 en el metro y un autobús de Londres: los perpetradores son nacionales del país, pero con origen en Asia o África, tienen un problema de identidad y se sienten más islámicos que británicos o estadounidenses. Ambos estaban fichados por las autoridades.
Se trata, en cualquier caso, de un nuevo terrorismo con implicaciones y problemas de seguridad completamente diferentes, en el que fanáticos vinculados tan sólo de una manera superficial a redes terroristas actúan por su cuenta, con armas blancas o de fabricación casera que cualquiera puede comprar o elaborar sin levantar sospechas. Esta nueva tendencia preocupa mucho a los servicios de inteligencia.
Los asesinos del soldado –identificado como Lee Rigby, de 25 años, que sirvió en Afganistán– son dos jóvenes de pasaporte británico y origen nigeriano (uno nacido aquí; otro, en África) cuya existencia era conocida por las autoridades antiterroristas, pero que no eran considerados una amenaza. Uno de ellos ha sido identificado como Michael Adebolajo, de 28 años, un cristiano convertido al islam y posteriormente radicalizado, que había sido interrogado por Scotland Yard sobre contactos con los grupos Al Shabab (la filial somalí de Al Qaeda) y Muhayirun. Otras dos personas, un hombre y una mujer, han sido detenidos como posibles cómplices.
El rostro de Adebolajo no sólo estaba en los archivos del aparato de seguridad del Estado, sino que también era conocido por muchos vecinos de Woolwich, ya que a veces se le veía en la calle peatonal del centro comercial del barrio predicando a voz en grito contra las guerras en Iraq y Afganistán, y la muerte de musulmanes inocentes a manos de soldados británicos y estadounidenses. Uno de los elementos más peculiares del incidente del miércoles fue la interacción entre los criminales y los residentes. Uno grabó en vídeo sus declaraciones con su teléfono móvil, una mujer le pidió permiso para cubrir el cadáver, otra –en una larga conversación– se atrevió a denunciar la crueldad y el sin sentido de su abominable crimen.
Por un lado, como en los casos de Boston y Londres hace ocho años, parece claro que, con los modernos sistemas de detección y la vía libre a que el Estado escuche las llamadas telefónicas y por internet sin consideración a las libertades individuales, casi ningún radical escapa al radar de los servicios de inteligencia. Por otro, se ve que lo difícil es distinguir a tiempo quién es un simple fanático y quién un terrorista a punto de entrar en acción. Los dos criminales se recuperan de las heridas causadas por los balazos de la policía en hospitales de Londres, a la espera de ser interrogados, seguramente sin muchas contemplaciones.
El primer ministro, David Cameron, interesado en sacar el máximo rédito político de la crisis después de una semana nefasta en la que ha sido desafiado por el ala derecha de su propio partido, compareció a la puerta del número 10 de Downing Street para proclamar que “Gran Bretaña nunca va a rendirse al terror”, y exhortar a sus compatriotas a
“vivir normalmente”. “En el Corán –dijo– no se puede encontrar ninguna justificación a este tipo de ataques, que son responsabilidad pura y exclusiva de los individuos implicados”. En ningún momento hizo mención a Al Qaeda.
Pero, cuando pasan estas cosas, para mucha gente nada es normal, empezando por la amplia comunidad islámica que no tiene nada que ver con la violencia. Acciones y palabras tienen consecuencias. Horas después que Cameron hablase de una “acción terrorista” y regresase precipitadamente a Londres como si la seguridad del país estuviera en peligro, dos mezquitas (una en Essex y otra en Kent) fueron atacadas, y dos centenares de militantes de la Liga para la Defensa de Inglaterra (neonazi), se reunieron ante la estación de tren de Woolwich enmascarados y con banderas inglesas de san Jorge y se enfrentaron con la policía.
Aunque todo apunta a que se trata de la locura de dos lobos solitarios que se encontraban –según testigos– bajo el efecto del alcohol o de las drogas, el gran temor de las autoridades es que sea tan sólo la primera de una oleada de agresiones similares muy difíciles de prevenir sin una red que las respalde y cuyos miembros se comuniquen entre sí. La presencia policial es más visible en Londres que en ningún otro momento desde los atentados del 2005, con 1.200 agentes adicionales en la calle. En un primer momento Defensa dio instrucciones al personal militar para que no llevase puestos sus uniformes, pero la orden fue luego revocada.
Tampoco nada fue ayer normal para las dos hermanas de uno de los asesinos, para la señora mayor y el chico adolescente que fueron sacados del piso de protección oficial del barrio de Greenwich (junto a Woolwich) donde viven, metidos en una camioneta y llevados a una comisaría de policía de máxima seguridad para averiguar si sabían algo de los planes. También han investigado seis viviendas en Londres y una en Lincolnshire en relación con la brutal muerte del soldado. El Consejo Musulmán de Gran Bretaña condenó el asesinato.