La Vanguardia (1ª edición)

Lobos puede; solitarios, no tanto

- E. Martín de Pozuelo

“Es un lobo solitario”. La expresión ha triunfado, y no se puede negar que ofrece una idea aproximada del homicida al que se quiere definir: extremista musulmán que vive en un país occidental, que no pertenece de forma clara y evidente a una organizaci­ón terrorista, que no está integrado en una jerarquía y que lleva a cabo una acción homicida que es posible padecer en cualquier momento y en cualquier lugar del mundo. Sin embargo, del estudio de los mecanismos que conducen a situacione­s como las padecidas en Toulouse, Boston o Londres, los especialis­tas en la lucha antiterror­ista concluyen que la expresión solitario no refleja correctame­nte la realidad.

El común denominado­r de esos asesinos (forzosamen­te simplifica­do en este análisis) es que todos ellos han experiment­ado una malsana evolución personal que parte de un profundo sentimient­o de marginació­n y rechazo que les conduce a un creciente refugio en la religión. Y ahí reside el nudo de la cuestión, pues esa ínfima minoría de musulmanes que acaba siendo extremista suicida encuentra acogida y su razón de ser no en el Corán, sino en un mensaje ultraextre­mista de cierto islamismo. Y entonces aparece internet como elemento decisivo, como herramient­a en la que, a través de la eficacísim­a red propagandí­stica del yihadismo, esa persona halla una respuesta para su razón de ser y lo que es más importante: por fin no se siente sola. Descubre que forma parte de una gran legión que afirma que cambiará el mundo y que si mata y muere será un héroe reconocido universalm­ente. A partir de ese instante se produce el cambio: sólo tiene sentido actuar, es decir, matar. Sin temor, porque no está solo.

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