Lobos puede; solitarios, no tanto
“Es un lobo solitario”. La expresión ha triunfado, y no se puede negar que ofrece una idea aproximada del homicida al que se quiere definir: extremista musulmán que vive en un país occidental, que no pertenece de forma clara y evidente a una organización terrorista, que no está integrado en una jerarquía y que lleva a cabo una acción homicida que es posible padecer en cualquier momento y en cualquier lugar del mundo. Sin embargo, del estudio de los mecanismos que conducen a situaciones como las padecidas en Toulouse, Boston o Londres, los especialistas en la lucha antiterrorista concluyen que la expresión solitario no refleja correctamente la realidad.
El común denominador de esos asesinos (forzosamente simplificado en este análisis) es que todos ellos han experimentado una malsana evolución personal que parte de un profundo sentimiento de marginación y rechazo que les conduce a un creciente refugio en la religión. Y ahí reside el nudo de la cuestión, pues esa ínfima minoría de musulmanes que acaba siendo extremista suicida encuentra acogida y su razón de ser no en el Corán, sino en un mensaje ultraextremista de cierto islamismo. Y entonces aparece internet como elemento decisivo, como herramienta en la que, a través de la eficacísima red propagandística del yihadismo, esa persona halla una respuesta para su razón de ser y lo que es más importante: por fin no se siente sola. Descubre que forma parte de una gran legión que afirma que cambiará el mundo y que si mata y muere será un héroe reconocido universalmente. A partir de ese instante se produce el cambio: sólo tiene sentido actuar, es decir, matar. Sin temor, porque no está solo.