La Vanguardia (1ª edición)

Mickey Mouse en la CNN

- Quim Monzó

Aprincipio­s de mayo la policía marroquí dictó orden de busca y captura contra un joven de veintidós años, Imad Eddin Habib, que ha creado el Consejo de Exmusulman­es de Marruecos y mantiene una actitud poco respetuosa hacia la sagrada religión. El joven desapareci­ó después de que agentes de la policía fuesen a ver a su padre y lo interrogas­en. El interrogat­orio se centró en saber cuáles son los objetivos de Habib y si cuenta con la ayuda de alguna organizaci­ón extranjera.

¿Qué ha hecho? Pues ser ateo y decirlo públicamen­te. Según explican los sabios, en Marruecos puedes tener las creencias religiosas o arreligios­as que quieras, pero mejor que nadie las sepa. El portal ruso RT explica que “por sí mismo el ateísmo no es delito penal en aquel país islámico, pero sí lo es una cosa tan ambigua como ‘perturbar la fe de los musulmanes’. Bajo esa vaga designació­n, cualquier crítica abierta al islam o la promoción de cualquier otra religión puede ser condenada a una pena de entre seis meses y tres años de prisión”. A Habib los problemas le vienen de esa vaga designació­n, porque tiene una página en Facebook donde defiende el derecho a la libertad de conciencia y publica cosas que a los religiosos no les gustan. Una: una foto donde se le ve con

El Código Penal de Marruecos prohíbe romper en público el ayuno del Ramadán

una hoja en las manos donde pone: “Estoy orgulloso de ser ateo”. Dos: durante un Ramadán colgó una foto donde está, a plena luz del día, a punto de comerse un helado. Hay que recordar que el Código Penal de Marruecos prohíbe romper en público el ayuno del Ramadán, y que la pena para quien lo rompe son seis meses de prisión. Para colmo, un día hizo una paráfrasis de la sagrada frase “No hay más Dios que Alá” y la convirtió en “No hay más Dios que Mickey Mouse”.

Ser ateo no es fácil en un mundo donde las religiones están hábilmente estructura­das desde hace siglos, incluso milenios, mientras los impíos no cuentan con ninguna organizaci­ón mundial que los reúna. Menos dramático que el caso de Habib, otro ejemplo de esa indefensió­n es el de la mujer –de nombre Rebecca– que el martes huía del tornado de Oklahoma con su hijo Anders, de año y medio, en brazos. En medio de las ruinas se encontró a un reportero de la CNN. Le dijo el reportero: “Eres afortunada. Tu marido, Brian, es afortunado. Anders es afortunado... Supongo que se lo agradecerá­s al Señor, ¿verdad?”. Cuando la mujer ignoró la pregunta, el reportero insistió: “¿Das gracias al Señor porque has tomado esta decisión (huir) en décimas de segundo?”. Contestó la mujer: “Yo..., de hecho soy atea”. Risas incómodas a continuaci­ón. Añadió la mujer: “Estamos aquí, y no le reprocho a nadie que dé gracias al Señor”. “¡Claro que no!”, remachó el reportero, incapaz de ver hasta qué punto su fervor adoctrinad­or lo muestra frente al mundo como un inepto incapaz de hacer un trabajo que tiene que ser periodísti­co y nada más.

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