‘Avec ma gueule…’
Yde pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Léonie me ofrecía los domingos por la mañana en Combray...”. Con esa aparente sencillez Proust nos legó una precisa expresión literaria del mecanismo interior del recuerdo. Encerradas en el gusto de una magdalena, en el tintineo de una cucharita de café, en la mirada de un paisaje olvidado, las vidas que vivimos nos retornan en un fulgurante instante como si fueran viajes al pasado. Es cierto que vuelven a nosotros reinventadas, inconscientemente reescritas por las nuevas miradas que el tiempo nos otorga, pero tienen el aliento de aquello que una vez fuimos. De ahí la sutil nostalgia que puede invadirnos con un simple aroma…
El aroma es hoy, para mí, una bella canción. “Avec ma gueule de métèque / de juif errant, de pâtre grec, / et mes cheveux aux quatre vents…”. Es probable que, al escucharla, la pena que me invade enmascare los sentimientos que realmente me motiva. Al fin y al cabo es la canción mito de un cantante maravilloso que acaba de mo
Ese punzón atraviesa las carnes del olvido y aterriza en el recuerdo, allí donde todo se preserva
rir, y la muerte siempre confunde las emociones. ¿Qué siento ahora, escuchando Le Métèque?, ¿la pena por la muerte de Moustaki, con su canción convertida en melodía de la tristeza, o la intensa descarga vital de los tiempos de la adolescencia? Probablemente todo a la vez, porque la pena es la argamasa que compacta los desconciertos de la memoria. Sea pues la nostalgia por ese juif errant que nunca más hablará con Marina, ni nos cederá su sonrisa de hombre bueno, ni cantará con su dulce voz, o sea por las decenas de veces que su canción acompañó mis miedos y mis amores de juventud, sea por todo, Le Métèque es hoy mi magdalena proustiana. Ese punzón que atraviesa las carnes del olvido y aterriza en el corazón mismo del recuerdo, allí donde todo se preserva. Si estuviera algo menos apenada –o menos enfadada, porque la muerte siempre me enfada–, hablaría de Georges Moustaki, de sus canciones de amor y libertad, de esa cadencia naif que, en los tiempos de la furia, nos retornaba a la calma. Fue un cantante engagé, pero no al estilo clásico, porque su manual político estaba más comprometido con la esencia de la vida que con las consignas ideológicas. Por supuesto, fue un vigía de los derechos, un amante de los débiles, un constructor de mundos ideales. Pero a diferencia de otros que cantaban a las ideas, él lo hacía a las emociones. Y como nadie, las depositaba en el alma. Y así fue acompañándonos por los caminos de la vida con sus canciones intensas e intensamente emotivas.
En el día de su muerte, todo vuelve, como si fuera la primera vez que escuchamos su voz, en un tiempo apasionado y lejano. Y los recuerdos amables de otras veces se vuelven tristemente amargos. “Et nous ferons de chaque jour / toute une éternité d’amour /que nous vivrons à en mourir”. Que descanse en paz su alma bella.