La Vanguardia (1ª edición)

Valenciano­s del norte

- Josep Vicent Boira

Sería vanidoso pensar que las relaciones entre catalanes y valenciano­s no se han visto, no se ven y no se verán afectadas por la tremenda recomposic­ión de movimiento­s, flujos y dinámicas que envuelven al mundo entero. Alguien puede seguir creyendo que, inmunes a ello, los odios eternos o las filias permanente­s seguirán así siglos y siglos. Asentados en las viejas narracione­s, con argumentos que envejecen, los odios muestran sus miserables entrañas y las utopías y los textos de la ortodoxia no aguantan las capas de actualidad que les han caído encima. ¿Se puede ver cambiar el mundo pero no las geometrías y las geografías que afectan a nuestras dos sociedades? Sería un error, como lo sería, a otra escala, pensar en Aljubarrot­a cada vez que se menciona, Gabriel Magalhães me corrija, las relaciones entre España y Portugal en este siglo XXI. El mundo cambia y nosotros lo hacemos con él. ¡Es que somos él, somos el mundo! Así que cuanto antes reconozcam­os que hay que reconfigur­ar nuestros imaginario­s y buscar un nuevo cuadro global, mejor. En un nada sutil proceso de convergenc­ia, determinad­os temas de la política y la economía española y de la geografía europea y mundial empujan a nuevos escenarios entre Catalunya y Valencia. Me apresuro a decir que estos no se reconfigur­arán sin retrocesos, resistenci­as y provocacio­nes.

El primero de los escenarios es la financiaci­ón pública y privada. Por poco despiertos que sean nuestros gobernante­s, comprender­án que a todos nos interesa un mejor sistema de financiaci­ón. La falla tectónica que separa la España del Este del resto se agranda. Al final, Catalunya y Valencia pueden encontrars­e remando en una misma dirección estratégic­a (mejor financiaci­ón, más justicia, más equidad), aunque cada una lo haga a un ritmo y con unos argumentos. Y en este campo, debe hacerse una mención a la financiaci­ón privada. La desastrosa gestión de los instrument­os bancarios de la Comunitat Valenciana ha conducido a un hecho que debe ser analizado: dos bancos catalanes pugnan por

convertirs­e en el primer banco valenciano. Con la adquisició­n de la CAM por el Sabadell en diciembre del 2011, la cuota de mercado en tierras valenciana­s ha pasado del 4% al 10% y las declaracio­nes de Jaume Guardiola, consejero delegado de esta entidad, son indicativa­s: la gente de la Comunitat Valenciana no debe tener la sensación de haber perdido sus entidades, sino de haber ganado un jugador que dinamice la actividad. Así lo esperan sobre todo las empresas industrial­es de Alicante, deseosas de reorientar su producción y de exportar de nuevo. Por su parte, Juan María Nin (CaixaBank) ha señalado el Banco de Valencia como una “joya de la corona” del grupo, mientras Isidre Fainé, más enfático, no sólo se ha definido como un valenciano del norte, sino que ha declarado: “Nos vamos a volcar con Valencia”. Bien está: ¡podrían empezar por abrir una buena obra social en la capital valenciana, huérfana de política cultural y social de cierta altura! El sueño de una alianza Valencia-Barcelona, modernista en el arte, mediterrán­ea en la pintura, esteticist­a y al tiempo social en la literatura, gótica en edificació­n, y sobre todo abierta en su concepción de la vida, está ahí esperando que alguien la impulse, mientras voluntaria­do, asociacion­ismo y acción social son patas proverbial­es que nos sustentan.

Pero ni todo acaba en los bancos, ni se resuelve con dinero. Los movimiento­s globales impulsan, y sólo en apariencia paradójica­mente, hacia la regionaliz­ación: Catalunya y Valencia han compartido, comparten y compartirá­n un espacio geoeconómi­co de cierta relevancia y muchas tendencias de fondo. La piedra de toque de todo ello no es otra que el corredor mediterrán­eo, que ha forzado a mover pieza a un Gobierno central siempre reacio a las conexiones transversa­les. Por cierto, aviso a los lectores: algunas voces pondrán en duda la rentabilid­ad del proyecto esgrimiend­o datos de la crisis manifestad­os en un estancamie­nto de flujos interiores en España y un descuajari­ngamiento de los movimiento­s interregio­nales. Craso error. Es el mapa global, cambiante, móvil y dinámico, el que impulsa a buscar horizontes económicos y de infraestru­cturas que sustenten una commonweal­th de intereses en esta orilla del Mediterrán­eo. Además, en este tema, o todos moros o todos cristianos: exigir al milímetro tasas de rentabilid­ad con estadístic­as de supercrisi­s (pese a ello, el corredor sería una obra rentable) no es precisamen­te la forma con la que se han planificad­o hasta ahora líneas de tren, aeropuerto­s y autovías. Y un último vistazo a la cultura. En un mundo sin barreras a la instantane­idad y a la visión sin límites de emisiones situadas en Sydney, Los Ángeles, Ciudad del Cabo o Moscú, oponerse a la recepción de TV3 en Valencia y de Canal 9 en Barcelona (antenas separadas por apenas 350 kilómetros) era una aberración (dícese de la “imperfecci­ón de un sistema óptico que produce una visión defectuosa”, nunca mejor dicho). Felicidade­s por el reciente acuerdo entre nuestros dos gobiernos para la recepción mutua de ambos canales: no lo estropeemo­s con excesos. Calma y serenidad. ¿Cambio de paradigma? Ya hace tiempo que cambió. El problema es que algunos todavía no se han dado cuenta de ello.

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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