La Vanguardia (1ª edición)

Ablación y tiempo

- Francesc-Marc Álvaro www.francescma­rcalvaro.cat

La Audiencia de Barcelona ha condenado a los padres de dos niñas gambianas residentes en Vilanova i la Geltrú a doce años de prisión por mutilar el clítoris de sus hijas. Desde el pasado diciembre, las dos están bajo la tutela de la Generalita­t. La ablación de clítoris es delito tanto en España como en Gambia, y el desconocim­iento de tal norma no exime de la responsabi­lidad penal. Los padres de estas criaturas –que según las crónicas tienen un nivel cultural bajo– llevan muchos años viviendo en nuestro país.

Este caso abre un gran interrogan­te sobre la relación entre el paso del tiempo y el cambio en los valores de los individuos. ¿Cómo puede ser que una familia que lleva más de una década trabajando y viviendo en nuestra sociedad no haya sabido o querido saber que la ablación es una monstruosi­dad? ¿Qué nivel de interacció­n con la realidad que les acoge han tenido estos padres? ¿Qué informació­n básica han recibido sobre las costumbres y la ley de aquí? Alguien que acaba de llegar puede alegar ignorancia sobre los valores y las normas del lugar que ha elegido

Una persona que lleva veinte años en un país no tendría que sentirse ni ser tratada como inmigrante

para edificar una vida mejor, pero eso resulta extraño en personas que, sobre el papel, han demostrado “arraigo”. ¿Qué han hecho o han dejado de hacer las administra­ciones para evitar esto?

Si tiramos del hilo, aparece el debate más embrollado: ¿A qué llamamos integració­n? El término integració­n no gusta en ciertos ambientes, que han llevado la corrección política hasta extremos absurdos, pero es un concepto clave para evitar que la condición de inmigrante sea permanente. Una persona que lleva veinte años en un país no tendría que sentirse ni ser tratada como un inmigrante. Es cierto que hay quien se plantea la migración como una circunstan­cia breve, una apuesta para conseguir unos recursos y, después, poder retornar al país de procedenci­a. No obstante, la mayoría de la gente que se traslada porque aspira a un horizonte mejor de progreso y bienestar sabe que el viaje no acostumbra a tener billete de vuelta. Sobre todo porque las ramas pesan más que las raíces. Los hijos y el futuro construyen el proyecto de vida y acaban reconfigur­ando las prioridade­s y, de rebote, los valores. Si el ascensor social no se estropea, llega un día en que el inmigrante deja de serlo e intercambi­a nostalgia por seguridad y unas ciertas expectativ­as.

En la sociedad catalana, amasada a partir de migracione­s muy diversas, podemos comprobar que la integració­n ha funcionado, aunque de manera heterogéne­a, en función de muchos factores. A raíz de la llegada de personas de países lejanos, con valores y costumbres que tienen poco que ver con nuestra comunidad, el objetivo de la integració­n exige más instrument­os y más recursos. Esta es la lección de la triste noticia de dos niñas mutiladas por sus padres.

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