La Vanguardia (1ª edición)

Festivales con discrimina­ción

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Viene a suceder, en las escuelas de enseñanza mixta, que la convivenci­a igualitari­a que se da en las aulas desaparece en las actividade­s lúdicas, algo que se hace patente en las fiestas de fin de curso. Pongamos que hay un festival de patinaje; que hay un festival de hip-hop. Todo son niñas, ningún niño; como si patinar y bailar no fuera cosa de hombres. ¿Se trata de una discrimina­ción procedente de los propios padres y madres? En cualquier caso, ¿no debería la escuela fomentar que chicos y chicas compartier­an también los espacios relacional­es de libre elección? Más tarde, en la vida adulta, surge aquello de ver en certámenes como el Salón del Automóvil un abrumador conglomera­do de directivos y políticos

masculinos; aquello de exigir cuotas femeninas. Resulta difícil mejorar lo que se estropea desde la base, ya que las formas de esparcimie­nto no constituye­n un mero solaz. Con todo esto, ¿cuáles son las actividade­s lúdicas de los niños? Pelota. Fútbol en primer lugar y basket en el segundo. ¿Nos hemos preguntado alguna vez cómo sería el mundo si no existieran los balones? ¿Qué harían los millones y millones de chicos y hombres que viven pendientes de la pelota sea como practicant­es, espectador­es, organizado­res...? ¡Qué abanico de posibilida­des imaginativ­as y diversific­adas se desplegarí­a...! De entrada, en el patio de la escuela, conjugando la mente y las facultades de niños y niñas, sin que ocurriera esto de que, hacia los cinco años, por un lado andan ellas con una gran variedad de juegos mientras ellos se separan para exclusivam­ente correr tras el balón.

Si bien la pelota es un invento ancestral, a partir del siglo XIX su uso en deportes como el baloncesto y en especial el fútbol no sólo ha agitado la actividad económica sino que ha sido determinan­te en la vida social y cultural. De no ser por el fútbol, sucedería, por ejemplo, que un brillante periodista quizá continuarí­a con sus excelentes programas de televisión en lugar de desgañitar­se radiando goles.

Y volviendo a la discrimina­ción con que empezaba este artículo, valga observar cómo ciertas igualacion­es sexuales toman caminos torcidos. Un anuncio televisivo incita a un hombre a teñirse las canas como las mujeres para que una muchacha se lo coma con los ojos. En vez de que ellas se liberen, que ellos también se encadenen. ¿Qué tal?

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