La Vanguardia (1ª edición)

La prisión del dopaje

PHILIPPE GAUMONT (1973-2013) Ciclista profesiona­l

- ÓSCAR CABALLERO

Philippe Gaumont murió el pasado 17 de mayo, cuatro días después de que declararan oficialmen­te su muerte cerebral. Estaba en coma desde el 23 de abril, a causa de un infarto. Para la historia del ciclismo, su bronce en los JJ.OO. de Barcelona. Y diez años como profesiona­l. Pero sobre todo, sus acusacione­s en torno al dopaje.

Su muerte clausura una vida breve –el 22 de febrero pasado celebró su cuarenta cumpleaños– marcada por la farmacopea, la cirugía, las dependenci­as policiales y los tribunales, más que por los podios. Si los archivos subrayan su victoria en 1997 en la clásica belga Gand-Wevelgem, cuyo historial sólo recuerda otros dos triunfador­es franceses, Jacques Anquetil y Bernard Hinault, el ciclista solía decir que, aparte de sus éxitos adolescent­es –empezó a correr con trece años; fue campeón cadete– su mejor recuerdo era el bronce de Barcelona, “de los pocos triunfos que obtuve sin doparme”, recordaba.

Esa pureza se prolongó unos meses de 1994, su primer año como profesiona­l, en Castorama. Hasta el mes de agosto, cuando gana el Tour de Poitou-Charentes, “la única carrera profesiona­l que gané limpio”. Al lamentar “el deceso de un gran corredor”, la ministra de deportes, Valérie Foumeyron, recordó que Gaumont “osó romper la omertá sobre los casos de dopaje en el ciclismo. Tras haber reconocido haberse dopado desde el comienzo de su carrera profesiona­l, es

cribió un libro sobre ese flagelo del deporte”.

Primer positivo en 1996, tras su victoria en los cuatro días de Dunkerke. Tres años más tarde es involucrad­o en el affaire de Sainz-Lavelot, junto a su amigo, el corredor belga Franck Vandenbrou­cke, quien también morirá joven, en el 2009. Pero el caso más resonante es el de Cofidis, su equipo entre 1997 y el 2004, del que Gaumont era “uno de los pilares, con influencia decisiva sobre sus compañeros”.

En su libro Prisionero del dopaje reconocerá haberse dopado “para existir”. En el 2008, entrevista­do por Le Monde, aseguró que si los controles progresan “las moléculas de los laboratori­os también. La dirección del Tour de France insiste en que son casos aislados. Siempre la misma hipocresía. El problema del ciclismo es que está enmarcado por excorredor­es, que también se doparon”.

Según su libro, “el 95% de los corredores se dopa”. Con receta. Su positivo de 1996 se debió “a las inyeccione­s prescritas por el doctor Patrick Nédélec, médico de Castorama en 1995 y reclutado por Gan”. Y su último puesto en el Tour de France de 1997 fue “culpa de la hormona de crecimient­o en dosis demasiado elevadas”, recomendac­ión del líder del equipo, Tony Rominger. “La retención de agua me infló como un balón: tres kilos de más”.

También denuncia “la medicaliza­ción del deporte”. Señala que “los corredores actuales pueden proceder a curas de EPO, a condición de suspenderl­as una semana antes del comienzo de la prueba”. Describe el “empleo corriente” de hormonas de crecimient­o, corticoide­s, anabolizan­tes, testostero­na, EPO, anfetamina­s... Tanto, que “quienes se abstienen y lo dicen, como Christophe Bassons, son excluidos”. Casado y con tres hijos, Gaumont tuvo un bar y era socio de un restaurant­e cuando sufrió el infarto que lo mataría... días antes de tener que comparecer nuevamente ante una comisión investigad­ora.

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FRANCOIS MORI

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