¡Celebremos la Mancomunitat!
Insisto a menudo en la idea de que nosotros, los políticos, estamos al servicio de las personas. Que nos mueve la vocación de servicio. No hago retórica al hablar de este tema capital en mi carácter político. Esta ha sido la enseñanza de mis años de alcalde en una ciudad que se ha abierto camino con la suma de todas las fuerzas posibles. Municipalismo humanista, como nos gusta decir. Pero no inventábamos nada, porque todo se había hecho ya antes y en un grado de excelencia. ¿Cuándo? Hace cien años, con un instrumento administrativo que se llamó Mancomunitat de Catalunya.
La Diputación de Barcelona ejerció de locomotora de la Mancomunitat. El que fue entonces presidente de la Diputación, Enric Prat de la Riba, fue su principal promotor. Los diputados adscritos a las cuatro diputaciones catalanas, que formaban la asamblea de la Mancomunitat, lo eligieron presidente de aquella institución con 80 votos favorables y seis abstenciones. En el decurso de este año de celebraciones, tendremos más de una ocasión para hablar de Prat de la Riba y de su “criterio ordenador”. La creación de la Mancomunitat trajo su aliento, sin duda, pero a él se sumaron muchos brazos y voces en cualquier punto del país.
La Mancomunitat fue la federación voluntaria de las cuatro diputaciones de Catalunya, que recuperaba así la unidad truncada por la división provincial de 1833. Muchos de los servicios y organismos creados por la Diputación con Prat de la Riba al frente se adelantaban al programa de gobierno de la misma Mancomunitat y estaban pensados para ser transferidos al futuro ente regional. El Institut d’Estudis Catalans, la renovación pedagógica o la Biblioteca de Catalunya son sólo algunos ejemplos de ello.
La Mancomunitat estaba pensada desde 1908, pero fue a finales de 1911 cuando la Diputación de Barcelona sacó adelante el proyecto y las otras tres diputaciones se sumaron a él. En diciembre de 1913, las Cortes españolas permitían la constitución de la Mancomunitat; el 6 de abril de 1914, en el Palacio de la antigua Generalitat, se iniciaba una década espléndida de hitos de gobierno y proyectos de construcción nacional.
La obra de Prat de la Riba, secundada con brillantez por Josep Puig i Cadafalch, ha permanecido y hace que, al cabo de cien años, tengamos muchos motivos de celebración. Conmemoramos también que, mientras en Catalunya emprendíamos proyectos, creíamos en las personas capaces de sobreponerse a la adversidad y sabíamos con certeza que el progreso es tanto material como del espíritu, en julio de aquel mismo año la desventurada Europa comenzaba la I Guerra Mundial.
La Mancomunitat fue una institución excelente al servicio de las personas y del país. Ahora debemos celebrar que hace cien años se hizo realidad la capacidad del catalanismo para articular institucionalmente la personalidad propia y la unidad de Catalunya como pueblo desde el mundo local. Debemos celebrar que se abrió un camino, del que aún queda un largo trecho que recorrer, con el objetivo de sumar capacidades y esfuerzos para contribuir al progreso económico, social y cultural de este país y de su ciudadanía.
La institución hizo un servicio excelente a las personas y al país