Cómo deshacerse de un entrenador
Pellegrini también hace las maletas. Se suma a la lista de entrenadores ilustres que se van tras haber firmado una buena temporada, a saber: Heynckes (Bayern), Ferguson (M. United), Benítez (Chelsea), Walter Mazzari (Nápoles), Montanier (Real Sociedad) y seguramente Ancelotti (PSG). A otros técnicos de campanillas, en cambio, se les da el pasaporte por el motivo más clásico de todos, los malos resultados (Mourinho, Roberto Mancini y casi seguro Allegri y Bielsa).
A Jupp Heynckes no lo echan, sino que acaba contrato, pero el Bayern no confiaba en él y vendió que si fichaban a Guardiola era porque el otro Pep, el viejo –Jupp es Josef en dialecto renano–, se iba a jubilar. No era verdad. Fue como si lo enviaran al desierto, que en alemán es una manera de decir que te echan. El técnico apretó los dientes y ha dado un golpe de autoridad moral llevando el equipo al borde de una triple corona histórica. A pesar de la fama de hombre frío y contenido, Heynckes sufrió de lo lindo en la rueda de prensa de la semana pasada cuando luchó –inútilmente– por reprimir las lágrimas. Le acababan de homenajear en Mönchengladbach, su ciudad natal, donde el Bayern jugó el último partido de liga.
En Madrid también lloran, pero aún no saben si de frustración o de contento. Los diarios portugueses repiten estos días que a Mourinho lo han dejado no olho da rua, que quiere decir en medio de la calle. En castellano se dice de patitas en la calle, una expresión bastante más suave que otra que no es necesario reproducir. Tampoco hay que explicitar en qué parte del cuerpo ha recibido Mourinho esa patada que ha resonado en todo el mundo. Pero ha tenido suerte, el amo de la casa blanca revistió el despido con una labia versallesca que le perdonaba y hasta le negaba los pecados. Afirmó sin que se le escapara la risa que, si Mourinho se había equivocado alguna vez, después había pedido disculpas. Que me digan en qué hemeroteca he de buscar una frase de arrepentimiento del portugués. Hablando de hemerotecas, en internet se puede recuperar una página digital del diario ABC del 22 de abril. Afirmaba que “el 91% de los socios del Madrid desea que Mourinho continúe” y que el punto más bajo de popularidad había sido un 86%. No se lo creyó nadie, claro. El inflado 91% recuerda la época de las adhesiones inquebrantables con que el régimen –el de antes, tan parecido al de ahora– deformaba la realidad. Las encuestas actuales son más fiables cuando manifiestan un ¡uf! liberador de los madridistas. ¡Al fin solos!
El caso más singular es el de Roberto Mancini. No despierta entusiasmos futbolísticos, pero consiguió para el Manchester City una Copa, una Community Shield y un valioso campeonato de liga. Hace unos días que lo echaron después de una temporada decepcionante y de perder la Cup ante el modestísimo Wigan. Sacked y fired, decía la prensa inglesa, que más o menos equivalen a obligado a liar el petate y a fulminado. Fulminado, expulsado, extirpado sin anestesia, aunque el City ha sido segundo en la Premier y sólo quedaban un par o tres de partidos sin trascendencia. Tan fulminante fue la destitución, que Mancini no pudo despedirse y, dolido, pagó un anuncio a toda página en un diario de Mancehster en el que se despedía con una imagen suya, otra de los tres tro
Mancini pagó un anuncio en un diario para despedirse de la afición del City
feos y este texto: “3 unforgettable years. You will allways be in my heart. Ciao”. Cómo deshacerse de un entrenador es un libro que está por escribir. Tendrá más de mil páginas, porque los procedimientos son infinitos. Son muchos los técnicos que entran en un club a bombo y platillo y acaban saliendo por la puerta de atrás, tirados a la basura, abandonados como si tuvieran la peste, o malheridos y hechos un Lázaro. Dime cómo despiden a tu entrenador y te diré cómo es tu club.