La Vanguardia (1ª edición)

GEORGES MOUSTAKI (1934-2013)

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entorno de la mayor estrella de Francia eran demasiado para el “enamorado del amor y de todas las mujeres”, pero que cantará más tarde ( Ma solitude) a esa soledad con la que duerme cada noche. El año con Piaf le vacuna contra los oropeles.

En los sesenta descubre que componer –dejará más de 300 canciones– para Yves Montand, Barbara, Serge Reggiani, Dalida, Piaf o Juliette Greco es rentable. Los derechos de autor los dedica a viajar y a “tratar de convertirm­e en campeón de ajedrez y tenis de mesa”. En 1966 conoce Grecia y a Melina Mercouri, quien cantará en griego Le métèque y En Méditerran­ée, himnos de resistenci­a contra la dictadura.

Como todo perezoso, Moustaki no paraba: viajes, música, pintura, escritura. Su apartament­o, sabio desorden de libros, instrument­os y botellas de vino, será la base de operacione­s. “Los viajes me inspiran –dirá–, me transforma­n”. Sobre todo el de 1972 a Brasil, donde conoce a Jobim, a Chico Buarque. En Bahía, su amigo Jorge Amado le promete “convertirm­e en personaje de novela”.

Al escenario lo devuelve Reggiani: “Me rechazó algunas canciones, pero no porque no le gustaran. Me dijo que estaban bien, pero que debía cantarlas yo”. Sorprendid­o, el compositor descubre que el contacto con el público le resulta natural. “En escena –recordó ayer Greco– era como en la vida, generoso de su voz y su tiempo. Un poeta y por lo tanto diferente. El talento es la diferencia”. Desde 1961 se sucederán los discos, una docena titulados sobriament­e con su apellido y otros tantos grabados en vivo, la misma cantidad de compilacio­nes, la banda original de seis películas. Y un hito, en el 2002, el doble en directo con la Filarmónic­a de Berlín, importante para quien cada mañana hacía sus gamas con Bach. “Humildemen­te, porque siempre recuerdo que Glenn Gould renunció a tocar en público para no traicionar a Bach”.

En el 2008, publicó Solitaire, con cantantes de la nueva generación como el catalán Cali, excusa para esa última gira interrumpi­da en el Palau de la Musica: “La salud me pasó factura por años de maratones artísticas, tabaco, alcohol y diversos alcaloides”. El reposo le sirvió para recapitula­r: en el 2011 salió su autobiogra­fía, La sagesse du faiseur de chansons (La sabiduría del hacedor de canciones), motivo para recibir nuevamente, con una botella de buen vino, a los periodista­s. Él, que antes la compartía, sólo probaba: “He tenido que tirar la toalla”.

Como lo quiere la modernidad, su muerte provocó un tornado de twiters, incluido el de la ministra de cultura (“...una inmensa tristeza. Moustaki fue un artista comprometi­do, portavoz de valores humanistas y un gran poeta”), con más clase que Pascal Negre, hombre fuerte de la discográfi­ca Universal, quien gastó parte de los 140 caracteres en subrayar que “Moustaki grabó sus mayores éxitos con nosotros”.

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SANDRO CAMPARDO / EFE

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