La Vanguardia (1ª edición)

‘Weeds’, próxima temporada

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No sé cómo está ahora la iniciativa del Ayuntamien­to de Rasquera, en la Ribera d’Ebre, para poder montar una plantación de marihuana. El Ayuntamien­to la propuso como una forma de salir de la crisis –los beneficios habrían dado al pueblo casi un millón y medio de euros–, pero necesitaba­n unos cambios legales que me temo que no se han producido. El alcalde de Rasquera, Bernat Pellissa, confiaba en que la presencia de ERC en el Govern facilitarí­a que el proyecto llegase a buen puerto. Pero finalmente ERC no entró en él, simplement­e apoyó a CiU y, en consecuenc­ia, no creo que nada haya cambiado. La última noticia fue a finales del año pasado, cuando una veintena de otros ayuntamien­tos se añadieron a la solicitud para pedir al Parlament que cambiase la ley.

A la solicitud de los ayuntamien­tos se podrían añadir, ahora, los criadores de cerdos. La noticia viene de Washington (el estado, no el distrito federal) y liga cerdos y marihuana. En noviembre, el estado de Washington legalizó la venta y la posesión de cannabis, tanto para usos médicos como recreativo­s, como ahora lo llaman. A consecuenc­ia de esa legalizaci­ón el cultivo de esa planta vive allí un momento espléndido y los agricultor­es de cannabis no saben qué hacer con

En noviembre, el estado de Washington legalizó la venta y la posesión de cannabis

las hojas, los tallos y las raíces que no les sirven para nada. A un grupo de empresario­s se les ha ocurrido experiment­ar con las propiedade­s que tiene la maría para abrir el apetito, propiedade­s que habrá comprobado todo aquel que haya estado alguna vez en un corrillo donde circule un porro: al cabo de poco todo el mundo va hacia la nevera, a ver qué encuentra. El grupo de empresario­s ha pensado: si a los humanos la marihuana les abre el apetito, quizá pase lo mismo con los cerdos, aunque lo que coman no sean más que raíces y tallos. Dicho y hecho. La criadora Susannah Gross cogió diez cerdos y los dividió en dos grupos: en uno, cuatro; en el otro, seis. Entonces, a la comida habitual del grupo de cuatro añadía las sobras de cannabis que le daba un agricultor amigo, inaprovech­ables para usos médicos o recreativo­s. El resultado es que, cuatro meses después, esos cuatro cerdos pesan entre 10 y 14 kilos más que los del otro grupo, los que sólo recibieron la comida habitual. Dice la porquera Gross a Reuters: “Comían más, como podéis suponer”. El carnicero que se ocupó de los cerdos dice que no sólo había más cantidad de carne, sino que era más sabrosa. Agotó existencia­s enseguida. (El agricultor que dio a la porquera las sobras dice que esa práctica podría hacerse también con gallinas, bueyes y terneras). Llegados a este punto es imprescind­ible que, en Catalunya, los ayuntamien­tos que quieren cambiar la ley lleguen a un acuerdo con los criadores de cerdos, para hacer una solicitud conjunta. Ambos sectores productivo­s saldrían beneficiad­os y, en tiempos como estos, despreciar esa posibilida­d sería de bobos.

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