La Vanguardia (1ª edición)

Una estatua sin gorra

Nueva York es el paraíso de la publicidad, donde casi todo vale, pero es difícil que la estatua de la Libertad se vea tocada de beisbolist­a

- FRANCESC PEIRÓN

ENueva York. Correspons­al

l Colón barcelonés se ha visto envuelto en la polémica cuando le han vestido de azulgrana. A su hermano, con residencia fija en Manhattan y conocido aquí, al otro lado del Atlántico, como Columbus, le montaron un ático el pasado septiembre para mayor regocijo de lugareños y turistas.

Aprovechan­do su restauraci­ón, tras 120 años de soledad a la intemperie, se decidió convertir el andamiaje en una residencia. Durante semanas, los ciudadanos tuvieron acceso por unas escaleras exteriores a la mismísima enorme pieza de piedra. Tocarla, no: los vigilantes de seguridad estaban prestos a sacar la tarjeta amarilla e, incluso, la roja.

El aventurero quedó ubicado en medio de la sala de estar, decorada por Bloomingda­le, por obra y gracia –mucha gracia– del artista japonés Tatzu Nishi. De aquel día inaugural, este cronista recuerda la satisfacci­ón general. “Es extraordin­ario tener a Columbus en la mesita del café, ¡qué sentido del humor!”, declaró una de las primeras curiosas.

Sólo hubo un lamento de reper-

En un paralelism­o con Barcelona, al Columbus de Manhattan le montaron un ático

cusión mediática, aunque escasa. Nada comparable a una protesta al estilo Special One Mourinho. Al Italic Institute of America no le hizo gracia el pisito. Hablaron de carnaval y de insulto al navegante. El alcalde Bloomberg evitó entrar en debates. “Hay gente que se queja de todo”, zanjó.

También es cierto que detrás de esa iniciativa no había una marca comercial, ni un anuncio en favor de los Yankees –los culers– en detrimento de los Mets –los pericos–, el otro equipo de béisbol de la Gran Manzana, eternos perdedores, que siempre se consideran perjudicad­os ante la mayor admiración que despiertan los bombardero­s del Bronx.

No. El proyecto del ático, cuyo único precio para el visitante era hacer cola, correspond­ió a Public Art Fund, una organizaci­ón sin ánimo de lucro en apoyo de la creación artística. La restauraci­ón fue el beneficio para la ciu- dad, además del anuncio en forma de noticia en medio mundo.

Sin embargo, nada parece indicar que se hubiese montado un escándalo si la cirugía a Columbus la hubiese patrocinan­do una marca de refrescos o una cadena de restaurant­e de fast food. Esto es Nueva York, la metrópolis de la publicidad, de las luces y los neones, de las pantallas gigantes de Times Square, posiblemen­te el anuncio urbano más grande del planeta, un lugar que resulta agobiante por la masiva presencia de visitantes, pero que fascina en la noche por su colorido.

Ahí, más que en ningún otro lugar, se demuestra la teoría de que, pese a algunas limitacion­es éticas, “el que paga manda”. Qué mejor ejemplo que el movimiento Occupy Wall Street. Esta cruzada antisistem­a y anticorpor­aciones se publicitó en la famosa pantalla de letras del edifico del Nasdaq, uno de los símbolos capitalist­as de lo que ellos combatían, aquella jornada de octubre del 2011 en que su marcha reivindica­tiva del 99% concluyó en el “cruce de caminos” neoyorquin­o.

Viene de lejos. A Josep Pla, que si se levantara de la tumba y se releyera, se ruborizarí­a por lo erróneo de varios de sus pronóstico­s, ya le fascinó Times Square y la “luminosida­d frenética” al visitar la ciudad en 1954. “Es la procacidad comercial llevada a su último límite”, sostuvo en su Weekend (d’estiu) a Nova York.

“Los anuncios son de toda clase y dimensione­s, y al lado del lanzamient­o de una estrella femeni-

La estatua de la Libertad no está bajo jurisdicci­ón de la ciudad, sino de los parques nacionales

na (o masculina) cinematogr­áfica puede aparecer el anuncio de un producto alimentici­o o de una nueva religión, de una lavadora, de un dentífrico o de una faja de efectos prodigioso­s”.

No hay duda de que sigue siendo así. Pero a la estatua de la Li- bertad, imagen universal de la tierra de acogida y esposa de Colón, el barcelonés, desde 1992, resulta inimaginab­le verla con la gorra azul oscura de los Yankees. A la gran dama la protege su simbolismo y el tener residencia bajo la jurisdicci­ón de los parques nacionales, lejos de los intereses crematísti­cos del alcalde de turno.

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MIGUEL RAJMIL / EFE La estatua de la Libertad, símbolo intocable de Nueva York y punto de atracción turística
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HENNY RAY ABRAMS / AP PHOTOS Times Square, el mayor anuncio del mundo

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