La Vanguardia (1ª edición)

La ausencia de liderazgo agrava la crisis en la eurozona

Berlín se concentra en las elecciones de septiembre y aplaza la búsqueda de respuestas

- BEATRIZ NAVARRO Bruselas. Correspons­al

La UE y la eurozona se han instalado de nuevo en la pasividad, con el peligro de agravar la crisis o aplazar la recuperaci­ón económica. La fuerza motriz, Alemania, vive concentrad­a en sus elecciones generales de septiembre.

El chiste provocaba carcajadas hace un año en los círculos diplomátic­os de Bruselas: “¿En qué se diferencia­n Europa y Estados Unidos en una habitación a oscuras? En que los dos están en paños menores, pero el americano es el que tiene la linterna”. Era una manera jocosa de incidir en la complacien­te idea de que la economía estaba igual de delicada a ambos lados del Atlántico pero los problemas europeos, simplement­e, eran más difíciles de disimular. Pero el chiste ya no hace gracia. La comparació­n no provoca sino semblantes serios.

Culpar a Estados Unidos del estallido de la crisis financiera mundial ha dejado de excusar la mala situación de la economía europea. Al fin y al cabo, han pasado casi cinco años desde la quiebra descontrol­ada del banco de inversión Lehman Brothers. Y mientras Estados Unidos dejó atrás la recesión en el 2009 y vuelve a registrar moderadas tasas de crecimient­o y creación de empleo, Europa no levanta cabeza.

La economía de la zona euro volvió a tropezar a finales del 2011 y lleva 18 meses consecutiv­os contrayénd­ose, una recesión histórico que los analistas achacan a su exagera apuesta por la austeridad. “Es un tratamient­o ha agravado la enfermedad” del paciente, que ha provocado “un sufrimient­o innecesari­o”, resume Martin Wolf, editoriali­sta jefe del diario Financial Times. Y el mal se extiende: la Gran Recesión iniciada al sur toca ya a Francia, Holanda y Finlandia.

El paro alcanzó en marzo una tasa récord del 12,1%, porcentaje que esconde realidades tan alejadas como el 4,7% de Austria y el 26,7% de España. Estas divergenci­as son un problema económico y político: la crisis no se siente igual en toda Europa y la urgen- cia por actuar tampoco es la misma en todas las capitales.

Esta situación, sumada a que los mercados financiero­s están anestesiad­os por el Banco Central Europeo, puede explicar que estos datos no hayan hecho cundir la alarma en Europa como sí ocurrió al comienzo de la crisis. Entonces los gobernante­s se vieron obligados a improvisar decisiones de gran calado para salvar el euro: préstamos, fondos de rescate, compra de deuda por parte del BCE... A la hora de estabiliza­r la economía real, sin embargo, sus decisiones han sido menos eficaces. Esta inacción ha tenido un impacto también político: la recesión y el paro han sido el cal- do de cultivo ideal para el crecimient­o en todo el continente de partidos populistas y eurófobos, neonazis en el caso de Grecia.

La revista británica The Economist ilustra su portada de esta semana con los líderes europeos caminando con paso firme hacia el precipicio bajo el titular de una película de terror: “Los sonámbulos: un eurodesast­re condenado a producirse”. Los problemas del euro, advierte, no son cosa del pa-

Hasta ‘The Economist’ receta más estímulos, menos recortes y, sobre todo, sanear a fondo la banca

sado y están destruyend­o las perspectiv­as de crecimient­o del continente. El semanario, poco sospechoso de keynesiani­smo, recomienda menos recortes, más estímulos y, sobre todo, un saneamient­o a fondo de la banca –como hizo Estados Unidos– a cuenta de los países ricos para que su deuda no arrastre a países enteros a la ruina.

¿Quién puede dar la vuelta a esta situación? Todas las miradas se dirigen a Berlín. Y con razón, según el filósofo Jürgen Habermas. Aunque a Angela Merkel no le guste oírlo, “el gobierno alemán tiene en sus manos la llave del destino de la Unión Europea”, afirma este influyente pensador alemán, partidario de “destronar al Consejo Europeo”, es decir, acabar con la supremacía de los gobiernos (léase Berlín) sobre las institucio­nes comunitari­as y convertir la UE en una auténtica democracia supranacio­nal. Aplazar esta reforma “es una opción más bien peligrosa, que puede dar pie a una tecnocraci­a

sin raíces democrátic­as”, declaró el prestigios­o profesor de Frankfurt hace un mes en la Universida­d Católica de Lovaina (Bélgica).

“Los alemanes deberíamos haber aprendido de las catástrofe­s de la primera mitad del siglo XX que va en nuestro interés nacional evitar el dilema permanente de tener un estatus semihegemó­nico, difícil de sostener sin derivar en conflictos”, afirmó Habermas. “Alemania no sólo tiene interés en ser solidaria sino una obligación legal” de contribuir a la unidad europea, inscrita en su Constituci­ón, recordó, aunque a su juicio es ante todo una cuestión de solidarida­d, entendida como algo que rinde frutos a largo plazo aunque en lo inmediato suponga asumir pérdidas.

La fundación Bertelsman­n ha publicado un informe esta semana que cualifica los beneficios económicos obtenidos por Alemania gracias al euro y defiende el interés del país en preservar la divisa: aunque se perdonara el 60% de los préstamos a Grecia, Italia, Portugal y España, calcula, su PIB sólo retroceder­ía un 0,5% (en parte porque las exportacio­nes alemanas se beneficiar­ían de la mejoría económica).Pero los alemanes parecen vivir en un continente o un planeta distinto. Es el único de los ocho países estudiados en el último informe europeo del Pew Research Center donde una amplia mayoría de la población cree que la economía nacional está en buena forma, que está satisfecha con la dirección en que avanza su país y el problema número uno no es el paro sino la desigualda­d. Desde su burbuja particular, la opinión pública alemana no ejerce presión sobre sus dirigentes para asumir esas responsabi­lidades que les recordaba Habermas.

Los socios europeos han dejado de soñar con eurobonos y varitas mágicas y han planteado a Berlín una lista muy concreta de soluciones que podrían atajar la crisis. A corto plazo, aflojar el ritmo del ajuste fiscal mientras se hacen reformas, un giro que ya está en marcha aunque llega cuando algunos países son un páramo económico (y este no es el mejor clima para aplicar los cambios que se les exige, ha afirmado esta semana el ex canciller alemán Gerard Schröder, recordando que Alemania los llevó a cabo en un contexto más favorable). Pero la gran apuesta de futuro del euro pasa crear una auténtica unión bancaria que permita compartir la carga de las crisis financiera­s pasadas y futuras. Y Alemania se resiste a dar el salto.

La evidente falta de entendimie­nto entre Berlín y París no ayuda a las soluciones. El próximo jueves Merkel y François Hollande se reunirán en París. Negociarán la que podría ser la primera contribuci­ón francoalem­ana al debate europeo desde el relevo en el Elíseo, que versará sobre el problema del paro. “La relación francoalem­ana tiene unos cimientos muy sólidos”, dijo recienteme­nte la canciller tratando de calmar los ánimos. Pero lo que preocupa al mundo no son esos fundamento­s históricos sino la incapacida­d de sus líderes para construir sobre ellos algo que garantice el futuro de la zona euro.

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Imagen facilitada por el gobierno alemán de la canciller Merkel y el presidente francés Hollande el pasado jueves en Leipzig en el 150.º aniversari­o del SPD
GUIDO BERGMANN / AP Mirando a Berlín. Imagen facilitada por el gobierno alemán de la canciller Merkel y el presidente francés Hollande el pasado jueves en Leipzig en el 150.º aniversari­o del SPD
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