El finiquito de Giulio Andreotti
En medio de la crisis ha causado estupor la noticia de que los herederos de Giulio Andreotti, el político democristiano recientemente fallecido, tienen derecho a cobrar del Senado italiano una cifra cercana al millón de euros. Andreotti, que fue siete veces primer ministro y titular de numerosas carteras, ocupaba un escaño co- mo senador vitalicio. Fue parlamentario durante 65 años ininterrumpidos. En este largo periodo, una parte de su salario quedaba retenida cada año en un fondo para cuando dejara el Parlamento. Podría haber cobrado ya parte en vida, pero no lo hizo. El Senado necesita tiempo para liquidar la abultada cantidad. tan 4 o más indicadores. En dos años se ha doblado la cantidad que se halla en esta situación. Si se cuentan las que registran 3 indicadores, las afectadas son el 24,8%. Esto significa que una de cada cuatro familias italianas está afectada de modo preocupante por la difícil coyuntura.
Los fríos números adquieren un rostro humano si se desciende a los detalles. Cada vez hay más ciudadanos que no pueden calentar su casa por el alto coste de la calefacción o que deben recortar el aporte proteínico de su dieta. Por no hablar del lujo inal- la gente que valore su propia calidad de vida, la nota es alta, dadas las circunstancias. La media es de 6,8 puntos sobre 10. Eso puede deberse a que, en realidad, gracias a la economía subterránea y al papel de la familia como amortiguador, las cosas no están tan mal como sugieren las cifras. Sí baja, sin embargo, el porcentaje de personas que manifiesta un “alto nivel de satisfacción”. Ha pasado del 45,8% al 35,2%.
Causa también sorpresa, porque rompe ideas preconcebidas, que la crisis no haya alentado de modo significativo las actitudes xenófobas. El Istat constata que los italianos se mantienen tolerantes hacia los extranjeros. Un 61,5% concuerda con la afirmación de que “los inmigrantes son necesarios para realizar el trabajo que los italianos no quieren hacer”. El 62,9% dice estar poco o nada de acuerdo con la idea de que los inmigrantes quitan empleo a la población autóctona. Es importante, aunque nadie lo da por descontado, que la convivencia resista al máximo la presión del deterioro económico.