Los sonidos del silencio
Los expertos en comunicación saben que una de las cosas más difíciles para un ser humano es mantenerse callado cuando en una conversación el otro no dice nada. La gestión de estas situaciones vacías de palabras se considera uno de los secretos de los buenos negociadores, porque el silencio empuja al otro interlocutor a hablar de más. Es el miedo que tenemos al silencio, lo que nos empuja a llenar los huecos y lo que acaba provocando nuestros errores. El terror a enfrentarnos al silencio, nos atenaza, nos angustia, nos vuelve vulnerables. No hemos sido educados en Occidente para manejarnos bien con los silencios, cuando Aristóteles nos advertía ya que somos dueños de nuestros silencios y esclavos de las palabras.
Mariano Rajoy ha dado esta semana un curso de cómo manejar con inteligencia el silencio ante la proclama televisada de José María Aznar. El expresidente necesitaba una respuesta a su órdago, como el tenista requiere de un rival que le devuelva la bola, porque en caso contrario lo suyo se convierte en frontón. Aznar eligió el mejor momento para desatar su tormenta, a pocas horas de que Rajoy tuviera que comparecer en Bruselas. Pero el jefe del Ejecutivo se limitó a decir que no comentaba opiniones de expresidentes y que su Gobierno iba a mante-
Rajoy ha dado un curso de cómo manejar con inteligencia el silencio ante la proclama de Aznar
ner el camino marcado. Hasta siete veces esquivó la pregunta sobre la intervención de quien fue su mentor. Rajoy es un hombre que gasta poco en palabras, pero esta vez su silencio no fue ni pereza, ni desdén. Simplemente se trató de una estrategia para descolocar a su rival. El fin único del silencio como estrategia es el beneficio propio y el descentramiento ajeno. A veces la falta de respuestas del presidente desespera porque demuestran poco liderazgo, pero en esta ocasión su mudez es una contestación encriptada: lo que diga Aznar ni le afecta en lo personal, ni le inquieta en lo político. Como cantaba Lluís Llach, esta vez Rajoy ha hecho del silencio palabras.
El presidente debería poner en los pasillos del palacio de la Moncloa aquellos letreros de advertencia de los tranvías de nuestra infancia, que prohibían hablar con el conductor para no distraerlo. Rajoy conduce su convoy con más o menos destreza, pero convencido del rumbo marcado. Muchos agradeceríamos que acompañara el viaje con expresiones de aliento, pero cada quien es cada cual. Y como dice un proverbio hindú: debes procurar que tus palabras sean mejores que el silencio. Así que el presidente debe entender que le adorna más un minuto en blanco que mil frases de colores.
Aznar quiso lanzar un aviso, pero el Gobierno no se ha dado por avisado. Suele ser habitual en política que quien ha sido parte del problema, se ofrezca como solución. Pero Rajoy lleva tapones en los oídos para no escuchar cánticos de sirena. Y para no tener que darles –ni a las sirenas ni a Aznar– los buenos días.