La Vanguardia (1ª edición)

Regresión criminal en Túnez

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El portavoz de Ansar al-Charia (Seguidores de la sharia), Seifeddin Raïs, ha advertido a las autoridade­s de Túnez: “Nosotros no pedimos permiso del Gobierno para predicar la palabra de Dios…”. De este modo, los militantes que luchan contra cualquier modernidad y reivindica­n el regreso a la época del nacimiento del islam (siglo VII), no han dudado en provocar una confrontac­ión violenta con la policía. Una de sus pancartas negras decía: “No Democracy! We want just Islam!”. El resto de tunecinos, laicos y demócratas, asisten a la lucha entre dos tendencias del islamismo. Una, Ennahda, en el poder; la otra, salafista, cuya brutal contestaci­ón exige un totalitari­smo más musculado y sin concesión, una aplicación de la charia en todas sus formas.

¡Pobre Túnez! Esta orilla del Mediterrán­eo, tan dulce, tan seductora, es hoy en día el teatro de una tragedia que está lejos de ver su final. De todos los países árabes, Túnez es el que concedió más derechos a la mujer, y fue gracias a Habib Burguiba, un presidente moderno y que no supo retirarse a tiempo de la escena política. Me acuerdo de un Túnez tolerante, acogedor en el que durante el ayuno del Ramadán los cafés y los restaurant­es estaban abiertos. Algunos ciudadanos observaban el ayuno y otros comían y bebían sin que nadie les molestara. Era una época en la que el islam estaba en los corazones y todavía no había invadido la escena política para convertirs­e en una ideología y una moral dura y violenta. Este Túnez no pudo resistir al islamismo que se presentó como identidad, cultura y autenticid­ad. Su tendencia a acercarse a Europa fue condenada y combatida por los religiosos.

Para entender la situación actual hay que recordar que el expresiden­te Ben Ali luchó contra los islamistas de manera eficaz pero bárbara. Arrestos arbitrario­s, torturas, desaparici­ones... Todo ello no hizo más que radicaliza­rlos. Clandestin­os dentro del país o en el exilio, se prepararon para llegar un día al poder. Paradójica­mente la primavera árabe les ofreció una oportunida­d inaudita. Como en Egipto, han re-

T.B. JELLOUN, cogido los frutos de estas revueltas y actualment­e dirigen (mal) el país. Pero lo hacen sin contar con los veteranos de Afganistán. Como en Argelia, muchos jóvenes se han comprometi­do con ese país para liberarlo de la presencia extranjera en nombre del islam. La guerra afgana ha tenido importante­s repercusio­nes en el mundo árabe y especialme­nte en el Magreb. Se olvida señalar que la guerra en Afganistán está estrechame­nte vinculada al tráfico de opio y otras drogas. Pero los jóvenes magrebíes se enrolaron porque les prometie- ron que allí “encontrarí­an su verdadera identidad, la de un islamismo universal”. Como estos países han carecido de libertad, de democracia, de estímulo, de educación, una parte de su juventud se dejó seducir por un discurso que les prometía un futuro mejor, ¿con un lugar destacado en el más allá, en el paraíso!

Ansar al-Charia fue creado en abril del 2012 por un excombatie­nte en Afganistán que se hacía llamar Abu Iyad. Detenido en el 2003 en Turquía, fue extraditad­o a Túnez y condenado a 43 años de cárcel. Se benefició de la amnistía general decretada al comienzo de la revolución y actualment­e está huido y probableme­nte mantiene contactos con gente de Al Qaeda, en el Magreb o en otra parte, especialme­nte en Siria donde varios jóvenes tunecinos están combatiend­o actualment­e contra Bashar el Asad, que es apoyado por milicias del Hizbulah libanés, apoyado y financiado por Irán.

El hecho de que los enfrentami­entos ocurridos el pasado 19 de mayo se saldaran con la muerte de un manifestan­te y una veintena de heridos demuestra que Túnez está convulsion­ada y no conocerá la paz hasta que un día el islamismo se modere o renuncie a la política. Y estamos lejos de ello. Pero la actual lucha de los laicos (especialme­nte de las mujeres), demuestra el fracaso del islamismo en el poder. Nada funciona. Además, Ennahda se ve atacada por su derecha. Tiene frente a sí gentes más radicales y que los ciudadanos tunecinos conocen bien ya que algunos de ellos han sido violentame­nte agredidos en las calles, se ha impedido a los artistas exponer sus obras y a los cineastas exhibir sus películas. El Gobierno ha mostrado su incapacida­d no sólo para gobernar sino también para garantizar a los ciudadanos un mínimo de seguridad. El asesinato del opositor demócrata y laico Chokri Belaïd en febrero de este año quitó toda credibilid­ad al régimen islamista. La actual contestaci­ón por parte de los salafistas le hace todavía más frágil.

Que la organizaci­ón Ansar al-Charia sea declarada “ilegal” por el Gobierno y que se la haya implicado en casos de terrorismo como ha declarado el primer ministro Ali Larayeh no garantizar­á a los tunecinos seguridad y libertad. Más que nunca, el islamismo debe volver a las mezquitas y dedicarse al ejercicio de la fe, la oración y la paz, pues en la palabra “islam” está también la palabra “salam”, que significa paz. El hecho de que los salafistas de Ansar al-Charia hayan aplazado su congreso hasta este domingo 26 de mayo es grave porque supone que no tienen intención de dejar que el país viva en paz. No son muchos pero sí lo suficiente­mente decididos como para impedir que Túnez prosiga su revolución hacia la democracia y la libertad de conciencia. Quizá nunca se sabrá quién está detrás de estos locos furiosos que desfiguran el islam y siembran las semillas de la regresión, la ignorancia y la necedad criminal.

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JORDI BARBA

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