La Vanguardia (1ª edición)

Jueces y democracia

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Decía Montesquie­u que una cosa no es justa por el hecho de ser ley, sino que debe ser ley porque es justa. La frase es tan cierta que se me ocurren decenas de leyes injustas que pululan por las esquinas del Derecho, perpetrada­s por gobiernos prepotente­s. Vean, si no, las leyes que se usan para atizar los derechos catalanes, amparándos­e en el uso torticero de la sagrada Constituci­ón. La idea de la justicia queda lejos de según qué argumentar­ios legales, y a menudo hay más justicia en las reivindica­ciones colectivas, que en las leyes que las reprimen.

Si, además, no existe una nítida independen­cia entre poderes, y lo político mete la patita en lo judicial, entonces la democracia de un país enferma seriamente. España es uno de esos países enfermos de justicia, con el poder ejecutivo convertido en un magma que intenta dominarlo todo, una democracia débil, unos lobbies económicos todopodero­sos y una tendencia histórica a la autarquía, con más salvapatri­as que patrias por salvar. Así ha sido en la historia y así también durante los años de una transición que pare-

Dice Montesquie­u: una cosa no es justa por el hecho de ser ley, sino que debe ser ley porque es justa

ce no acabar nunca. Porque más que vivir en democracia, estamos caminando eternament­e hacia ella.

Sin embargo, algo se resquebraj­a por las costuras, y las impunidade­s de otros tiempos, los ruidos de sables que alimentaba­n los miedos, la indisolubl­e unidad de los esquemas, todo empieza a ser cuestionad­o, como si aquello que parecía sagrado se hubiera vuelto profano. De ahí que los profetas del apocalipsi­s amenacen con volver a cabalgar por la meseta, asustados por la revuelta de factores, que por supuesto alterará el producto. Por cierto, ¿he dicho alguna vez que Aznar me recuerda a don Pelayo? Pelayos aparte, en esta rebelión de muchos, que incluye la rebelión catalana, pero también la de la calle, no es menor la callada rebelión de los jueces, últimament­e más díscolos que nunca.

¿O era imaginable un juez Castro y sus decisiones monárquica­s en tiempos no muy lejanos?; ¿lo eran las decisiones que se van tomando sobre Gürtel o la última sobre Blesa?; ¿y la rebelión de muchos jueces ante las abusivas leyes sobre desahucios? Algo está pasando en la judicatura, y parece algo bueno, quizás hartos muchos jueces de estar hartos de injerencia­s, deficienci­as logísticas, sobrecarga­s insostenib­les y el resto de miserias con las que deben lidiar. Y aunque no salen a la calle a manifestar­se, algún tipo de manifestac­ión callada se está produciend­o. Se harta Catalunya, se harta el campo andaluz, se harta la calle y parece que se hartan los jueces, cada cual en su trinchera y cada cual a su manera. Si es así, son buenas noticias, porque la independen­cia y la credibilid­ad judicial son la base de la protección de los derechos colectivos. Si los jueces no son de fiar, no lo es el sistema. Lo decía el Talmud, y es palabra divina: “Desgraciad­a la generación cuyos jueces merecen ser juzgados”.

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