Aznar y la temeridad de Rajoy
Poco hay que conocer a la sociedad catalana para saber que José Maria Aznar es aquí un estereotipo de perfiles especialmente antipáticos. El expresidente es un hombre enjuto, con altivez muy castellana, poseído de un fuerte sentido de su identidad personal y de su trayectoria y que se pronuncia con un dogmatismo verbal que puede llegar a resultar irritante. Se ha dicho de él que es el machoalfa de la política o el hombre-hombre de la vida pública española. O sea un político con la testosterona libre en niveles hormonalesideológicos cercanos a la saturación.
Y sin embargo, algo tiene el agua cuando la bendicen y algo debe tener José María Aznar para concitar –en dosis simétricas– odios y adhesiones, pitos y aplausos. En el Principado el expresidente es poco popular porque quintaesencia los tópicos acuñados sobre la personalidad española, castellana y centralista. Pero superando los apriorismos, los prejuicios, las objeciones de fondo y los reproches justificados o no, hay que ser capaz de escudriñar los méritos, las capacidades, los logros y las virtudes que Aznar posee. Que se lo pregunten al Jordi Pujol de 1996 y, sobre todo, a la derecha española a la que –ni Fraga lo consiguió– encapsuló en el Partido Popular logrando con la organización un largo periodo de gobernación de España (1996-2004). Mientras en los medios se produce un fuego graneado sobre estos méritos y deméritos del expresidente, lo cierto y verdad es que en la calle el electorado del PP escuchó sus declaraciones en Antena 3 TV con una receptividad tan positiva como negativa fue la de los prebostes del partido que él refundó.
Lo que sorprende, sin embargo, no es que el expresidente dijera lo que dijo. Lo que causa perplejidad es que los que conocían la tesitura de opinión y ánimo en la que se encuentra Aznar se lleven las manos a la cabeza y resoplen falsamente indignados nada menos que aduciendo su deslealtad para con Rajoy y su Gobierno. Se trata de una grave impostura: al presidente le ha ocurrido con este episodio protagonizado por su antes mentor como con tantos otros asuntos, es decir, que deja que los acontecimientos se salgan de su cauce suponiendo que en algún momento volverán solos a él. Rajoy no es un hombre prudente, sino temerario porque abandona la acción y se
El presidente no es prudente: abandona la acción y se instala en la decisión por defecto
instala en la decisión por defecto. Contradice así a Cicerón que definió la prudencia como la virtud de “saber distinguir las cosas deseables de las que conviene evitar”.
Y a Rajoy le convenía evitar que Aznar, y lo que él representa, se sintiese preterido y su proyecto político maltratado por él y la actual dirección del PP. A Rajoy le convenía evitar castigar a su electorado nada más llegar al Gobierno en diciembre del 2011 con una subida de impuestos directos inexpli- cable. Le convenía evitar el tactismo de aplazar los presupuestos del 2012 para que Arenas ganase la Junta de Andalucía –que no obtuvo–. Le convenía gestionar la crisis de Bankia con modos que no mereciesen el reproche directo del presidente del Banco Central Europeo. Le convenía evitar la escenificación de impotencia de su Gobierno el 26 de abril pasado cuando presentó el cuadro macroeconómico y el Plan Nacional de Reformas. Y le convenía gestionar adecuadamente desde su inicio el caso Bárcenas que amenaza con arruinar la reputación de su partido.
La temeridad de Rajoy –es importante explicarse por qué suceden las cosas con criterios lógicos inversos– está en la raíz de problemas evitables con la aplicación de la prudencia ciceroniana. ¿Es acaso prudente cómo maneja la cuestión catalana?, ¿es explicable que deje hacer al ministro Wert cuando introduce con una técnica jurídica deficiente y con una indigencia política casi absoluta el dedo en el ojo del idioma catalán?, ¿es razonable que una presidenta del PP haga desaparecer por ley autonómica el catalán de Aragón?, ¿resulta coherente con las urgencias políticas del momento que no esté resuelto, antes de polémica alguna, cuál sería el déficit de Catalunya para sus Presupuestos del 2013?
No es posible enjuiciar sumarísimamente a Aznar sin hacerlo con la misma vara de medir a Rajoy que debe salir al encuentro de los problemas y no esperar a que alcancen la meta de lo irresoluble. La verdad, la diga Agamenón o su porquero. Poco importa el afecto, el desdén o la hostilidad que Aznar suscite en unos y en otros y hasta sus contradicciones. Lo relevante es si lo que ha declarado se corresponde, en todo o en parte, con lo que piensan los electores del PP y si –precisamente por lealtad– es mejor decírselo públicamente a Rajoy, después de haberlo hecho en privado, ahora que le quedan dos años para intentar alguna enmienda.