La Vanguardia (1ª edición)

Rescatador­es de altura

El altruismo de alpinistas que se juegan la vida para salvar a compañeros en apuros devuelve la fe en los valores del montañismo

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ROSA M. BOSCH

CBarcelona

uando se encontraba a 8.300 metros de altura, Ferran Latorre renunció el año pasado a un nuevo intento de cumbre, en el Everest, para ayudar a descender a un sherpa de otra expedición. El rumano Horia Colibasanu permaneció durante tres día junto a su compañero Iñaki Ochoa de Olza cuidándole a 7.400 metros, en el Annapurna. Jordi Tosas emprendió el ascenso del Cho Oyu para socorrer a José Luis Quintana, un burgalés de 64 años que aguantó cuatro días a más de 7.000 metros de altura. El guía argentino Damián Benegas, después de coronar el Everest con un grupo de clientes, encarriló el rescate de Manuel “Lolo” González, que yacía a más de 8.000 metros, en el vecino Lhotse… La historia del himalayism­o está repleta de actos heroicos: en la montaña se ve lo mejor y lo peor del ser humano. Hay quien al topar con un alpinista agonizante pasa de largo, quizás por un más que razonable instinto de superviven­cia; otros lo dejan todo y se juegan el tipo para salvarle.

Tres sherpas saltaron el viernes desde un helicópter­o para ir a la búsqueda de Juanjo Garra, que ya contaba con la compañía de Kheshap Sherpa, y si todo sale como está previsto hoy aterrizará­n en el Dhaulagiri un selecto grupo de rescatador­es –Ferran Latorre, Jorge Egocheaga, Alex Txikon y un sherpa cuyo nombre no ha trascendid­o– para colaborar en el operativo. Los tres han coronado esta semana el Lhotse, de 8.516 metros, y están por tanto aclimatado­s y sólo hace falta que un helicópter­o los recoja en el campo base del Everest, donde suman dos días de tensa y angustiosa espera.

Latorre ya tuvo que renunciar en el 2004 a la cima del K2 para auxiliar, junto a otras personas, a Juanito Oiarzábal.

Una de las personas que ha per-

Hay quien al ver a un alpinista agonizante pasa de largo, otros lo dejan todo y acometen arriesgado­s rescates

dido la vida esta primavera en el Everest, el ruso Alexéi Bolotov, fue uno de los protagonis­tas de una épica operación para salvar a Ochoa de Olza. Bolotov, Serguéi Bogomolov, Ueli Steck, Denis Urubko, Don Bowie, Alex Gavan o Colibasanu respondier­on a la lla- mada de socorro y se convirtier­on en los eslabones de una cadena solidaria sin final feliz.

La generosida­d del rescatador choca con otra imagen menos amable de la montaña, la del alpinista ególatra que persigue la cumbre a cualquier precio, echando mano de todo tipo de sustancias y mintiendo si es necesario. No todo es de color de rosa, como en la vida cotidiana.

Pero acciones como la de Latorre, Tosas o Damián Benegas devuelven la fe en los valores del alpinismo. “Asómate al Espolón de los Ginebrinos y mira si ves a alguien, un español no ha regresado al cam- po 4 después de llegar a la cumbre del Lhotse”, le pidió desde el campo base Willy a su hermano Damián. Y Damián siguió las instruccio­nes convencido que su misión era encontrar un cadáver. Divisó un bulto anaranjado, “tirado en medio de la nada, creía que estaba muerto, era difícil que sobrevivie­ra”. El bulto en cuestión se movía, estaba vivo, aunque con severas congelacio­nes en los dedos de los pies y en las manos. Se trataba de Lolo González, el sevillano que esta semana intentó hacer cumbre con Garra en el Dhaulagiri y que tras un duro descenso parece que ya se encuentra a salvo.

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LA VANGUARDIA / ARCHIVO La baja densidad del aire en las cumbres del Himalaya dificulta el vuelo de los helicópter­os de rescate

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