La Vanguardia (1ª edición)

El valor del silencio

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Se ha escrito que “la capacidad de silencio en el hombre es el termómetro de su calidad y nobleza”. Por desgracia, actualment­e aumenta el ruido y disminuye el silencio. Y el silencio es lo que más necesitamo­s. Por eso, en este domingo dedicado a la Santísima Trinidad, la Iglesia recuerda especialme­nte a aquellas hermanas y hermanos cristianos que en su vida hacen silencio y rezan; es el denominado Pro Orantibus. Las personas que forman nuestras comunidade­s monásticas son los testigos del valor silencio.

Hoy cuesta encontrar tiempo para la reflexión. Si queremos reflexiona­r, hemos de crear silencio en nuestro propio entorno y entrar en él sin miedo. El silencio concentra nuestra vida y nos ayuda a darle profundida­d y a vivirla en plenitud.

El silencio es necesario para encontrarn­os a nosotros mismos y para autodescub­rirnos auténticam­ente; nos ayuda a mirar hacia el pasado con ecuanimida­d, el presente con realismo y el futuro con esperanza. El silencio nos permite contemplar a Dios, a los hermanos y a la naturaleza con una mirada nueva y nos ayuda a proyectarn­os hacia los demás con una mayor generosida­d. El silencio habla. Puede parecer una contradicc­ión, pero no lo es en modo alguno. Sin embargo, es necesario saber escuchar el silencio, porque nos aporta siem- pre un mensaje de sabiduría. En el silencio nos autodescub­rimos, vemos con mayor claridad nuestra propia vida, lo que hacemos y lo que dejamos de hacer, la calidad de nuestra existencia y aquello que Dios y el prójimo esperan de nosotros. En el silencio escuchamos también a nuestra conciencia. Un escritor inglés ha dicho que “el silencio es el gran arte de la conversaci­ón”. Esto es muy cierto porque en el arte de la conversaci­ón es muy importante saber escuchar al otro cuando habla. Y, como es obvio, esto pide una cierta capacidad de callar y de hacer silencio en nosotros. Sólo así podemos escuchar real-

“Sin guardar silencio en nuestra vida es difícil escuchar la voz amorosa de Dios”

mente al otro y establecer un diálogo.

Nuestros monasterio­s nos recuerdan que Dios habla en el silencio. Dios, que nos ha creado y nos ha salvado por amor, quiere establecer un diálogo con toda persona humana. Sin guardar silencio en nuestra vida es difícil escuchar la voz amorosa de Dios. Y ante la soledad que nuestra civilizaci­ón fomenta, a todos nos es muy necesario y muy provechoso este diálogo interperso­nal con Dios, un diálogo de amistad, como explica santa Teresa de Jesús.

El silencio crea un clima propicio para la oración. Este es el testimonio que nos dan nuestros hermanos y hermanas que rezan cada día por las necesidade­s de la Iglesia y del mundo.

L.M. SISTACH,

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