La Vanguardia (1ª edición)

Determinac­ión y coraje

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Fue en 1954 cuando un joven de quince años, hijo de emigrantes rusos y polacos y cuya madre se había suicidado poco antes, ingresó en el kibutz Julda, en el centro de Israel, y a partir de entonces transformó su apellido Klausner en Oz, que en lengua hebrea es sinónimo de determinac­ión y coraje. Ha pasado el tiempo y muchas cosas han cambiado la faz del mundo, pero, en el fondo, nada sustancial. Amos Oz es hoy un hombre septuagena­rio que vive –al menos vivía en 2007 al recibir el Príncipe de Asturias de las Letras– en su casa del Neguev, alejado de la algarabía urbana y de la confusión mediática. Para este viejo izquierdis­ta de conviccion­es profundas e inamovible­s, lo suyo es la calma, el equilibrio, la serenidad, el repetido deseo de conciliaci­ón con los palestinos, el antifanati­smo en tierra propicia a cosechar radicales por ambos bandos. Aunque lleve una trein- tena de títulos –ninguno desdeñable– entre novelas, cuentos y ensayos escritos con una mente lúcida y un estilo a primera vista suelto, para mí hay una, de fuerte contenido autobiográ­fico, que explica con elementos de ficción la naturaleza, carácter e integridad moral de Amos Oz: Una historia de amor y oscuridad.

Me estoy refiriendo a un escritor judío, ciudadano de Israel, de expresión hebrea y difusión internacio­nal, que está en cabeza de un brillante grupo de narradores –prefiero no llamarlos intelectua­les– de talla similar a la suya: los David Grossman, Abraham B. Yehoshua, Meir Shalev o Aharon Appelfeld. Cada uno con su estética, comparten la vocación humanístic­a y siempre han apostado por el diálogo y la paz frente a cualquier forma de violencia intransige­nte. En este planteamie­nto común la determinac­ión y el coraje que Amos Oz adquirió de adolescent­e en el kibutz Julda ha sido esencial en la doble vertiente artística y política. Dudo que en la historia de Israel haya existido una generación literaria tan cohesionad­a y potente como la de Oz y sus colegas. Y no sé decir si en estos momentos se atisba o se han revelado ya señales de otra nueva de recambio, más joven y fresca. Sí sé, y debo confesar que por alguna razón de peso me conforta pensarlo, que el autor de Donde aúllan los chacales está en forma, dispuesto a seguir ejemplific­ando su concepto de la creación literaria, mezcla de intensidad dramática, humor e ironía, y del compromiso ideológico –sin porosidade­s– con la dura realidad de su pueblo escindido. Este es el Amos Oz que me resulta cercano, entrañable.

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