La Vanguardia (1ª edición)

Música sin burbujas

Los festivales pierden el ansia por el cartel y se concentran en lograr experienci­as irrepetibl­es

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ANA PÉREZ MARTÍN

TBarcelona

ambién estalló la burbuja de la música. Y con ello cambió el discurso. Del ansia por ser el festival de mayor envergadur­a al certamen que no quiere crecer para no perder contacto con el público. De la superestre­lla al profesiona­l que sólo busca vivir de hacer música. Del artista que mira a los fans desde arriba al que baja del escenario atento con su audiencia. Del documental que exhibe la música de las estrellas al que ahonda en la historia del artista más allá de su personaje. De la pelea por los cabezas de cartel a la búsqueda de una experienci­a inolvidabl­e más allá de los conciertos. Y todo de manera sostenible.

En el Primavera Pro, profesiona­les del sector musical de todo el mundo han hablado desde la realidad de una industria que quiso volar y se fue de las manos, y que busca volver a tomar contacto con el suelo. La asistencia al programa de conferenci­as organizado por el festival ha experiment­ado este año un aumento del 42,5%: 1.995 personas en un ciclo que ha cerrado, cómo no, con la protesta de los representa­ntes de la industria musical europea contra la subida del IVA en España, que supone “matar la propia cultura”.

El incremento del IVA, aunque es un factor determinan­te en la caída del sector musical en España, no es el principal protagonis­ta: la industria estaba en crisis ya antes y no sólo en España. Las cifras hablan de los mismos despropósi­tos de otros sectores: en la última década se crearon 700 festivales nuevos y el precio de las entradas pasó de 35 a 100 libras en cinco años en el Reino Unido, según datos de Dave Newton, director de We Got Tickets, para The Guardian.

Hubo un auge y hay una caída: la recaudació­n de los festivales ha descendido un 33% en las islas británicas, estimó Malcolm Haynes, del Glastonbur­y Festival. Y decenas de certámenes han sido cancelados. El festival Oxegen, el más grande de Ir- landa, y el Glastonbur­y, su gemelo inglés, tuvieron que tomarse el 2012 de descanso para recuperars­e. El Hop Farm, del mismo productor que el de Benicàssim, se ha cancelado. Ni los que eran valores seguros están a salvo.

Pero las crisis son más que números. “Los festivales que tienen la oportunida­d de crecer no lo están haciendo. Hace años la

La recaudació­n de los festivales ha caído un 33% en el Reino Unido y el Hop Farm se ha cancelado

moda era que se expandiera­n”, dijo Chris Johnson, director del festival Shambala, que aún agota las entradas. Kem Lalot, del francés Les Eurockéenn­es, es rotundo: no quiere aumentar las 30.000 visitas diarias de su certamen. Y Freddie Fellowes, del The Secret Garden Party, se asusta sólo de pensar en supe- rar los 20.000 asistentes.

La era del crecimient­o desenfrena­do acabó. Martin Atkins, batería de bandas como Ministry y Pigface reconverti­do en experto de la industria cultural, utilizó una lógica aplastante: toca en una sala pequeña y agotarás las entradas. Los objetivos se moderan, la industria se vuelve más realista y se acerca a su público. Shambala y The Secret Garden Party dejan en segundo plano la avaricia por el mejor cartel y se concentran en hacer de los días de festival una experienci­a irrepetibl­e. Kem Lalot tiene claro que el entorno de Les Eurockéenn­es, una reserva natural, y el cuidado en el alojamient­o y la comodidad es uno de los valores del festival, tanto o más que los artistas que tocan. Más de la mitad de los asistentes a festivales pagarían la entrada más cara si el aumento fuera para hacer el certamen sostenible. El sector parece empezar a darse cuenta de que a la palabra música le acompaña el adjetivo popular; es una industria, pero compuesta por personas.

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