La Vanguardia (1ª edición)

Primera condena inapelable de cárcel para Berlusconi

El Supremo confirma la prisión por fraude, aunque la inhabilita­ción se revisará

- EUSEBIO VAL Roma. Correspons­al

El Tribunal Supremo italiano confirmó ayer que el ex primer ministro Silvio Berlusconi es culpable de fraude fiscal en la gestión de su imperio televisivo, Mediaset, por lo que la condena a cuatro años de cárcel –reducida a uno por un indulto– es ya inapelable. Por el con- trario, el fallo pide que se revise la condena a cinco años de inhabilita­ción para ejercer cargos públicos.

El Tribunal Supremo italiano dio ayer, probableme­nte, el golpe de gracia a Silvio Berlusconi.

La alta instancia judicial confirmó que el ex primer ministro es culpable de fraude fiscal en la gestión de su imperio televisivo, Mediaset. Quedó ratificada, así, la pena a cuatro años de cárcel (reducida automática­mente a uno por un indulto pasado). Pero ordenó que se revise, en el tribunal de apelación de Milán, la inhabilita­ción de cinco años para ejercer cargos públicos, pues ahí se cometió un error jurídico.

Pese a los matices, la decisión de ayer, un dramático parto jurídico que tardó casi tres días, es una gran derrota para Berlusconi. Está por ver en qué se traduce, ahora, la revisión de la inhabilita­ción. Los jueces del Supremo han usado el término “redefinir” en la parte de la sentencia relativa a la inhabilita­ción. ¿Significa esto anularla? Es un matiz que lo mantiene en vida políticame­nte, pero de forma muy precaria. Lo único positivo para il Cava

liere, y no es poco, es que podrá seguir conservand­o el escaño como senador que obtuvo en las elecciones de febrero pasado. Para expulsarlo del Senado, en todo caso, hará falta que la Cámara alta de su aprobación. Tampoco es- tá claro en qué condicione­s cumplirá la pena de un año de cárcel, si será bajo arresto domiciliar­io o realizando labores sociales (al ser mayor de 70 años no entrará en la cárcel).

La revisión de la inhabilita­ción a cinco años para ejercer cargos públicos da un respiro a la coalición de Gobierno italiana que preside Enrico Letta, ante las consecuenc­ias que podría haber tenido la salida inmediata de la vida pública del líder de uno de los partidos que la apoya.

Berlusconi recibió la noticia de la confirmaci­ón de la condena en su residencia romana, el palacio Grazioli, en compañía, entre otros, de su hija primogénit­a, Ma- rina, y de su actual pareja, Francesca Pascale.

El primer político en reaccionar a la decisión del Tribunal Supremo fue el líder del Movimiento 5 Estrellas, Beppe Grillo. “Berlusconi ha muerto. Viva Berlusconi”, escribió en su blog el político antisistem­a.

El presidente de la República, Giorgio Napolitano, pidió “confianza y respeto a la magistratu­ra” e indicó que Italia necesita re- encontrar la “serenidad y cohesión sobre temas institucio­nales” para salir de la crisis.

El caso Mediaset, en todo caso, no acaba con las pesadillas judiciales de Berlusconi. Hace unas semanas fue condenado también, en primera instancia, en el caso

Ruby, por prostituci­ón de menores y abuso de poder. Esa sentencia fue aún más severa, de siete años de cárcel e inhabilita­ción perpetua para ocupar cargos públicos. Otro caso muy grave se dirime en Nápoles, por la presunta compra de un senador, en el 2006, para provocar la caída del gobierno de centroizqu­ierda de Romano Prodi.

El ciclo de il Cavaliere se inició en 1994. Desde entonces, con un énfasis poco saludable en una democracia, la política italiana ha girado en torno a este magnate, estuviera o no en el poder. Su decisión de “saltar al campo” –la expresión que usó entonces y que él casi ha mitificado de tanto repetirla– se produjo tras el enorme vacío dejado por los escándalos de corrupción conocidos como Tangentopo­li (comisiones ilegales pagadas a los partidos), a principios de los noventa del si-

glo pasado, que destruyero­n a la Democracia Cristiana y al Partido Socialista. Berlusconi quería, además de proteger sus intereses empresaria­les, frenar el ascenso de los excomunist­as.

Después del triunfo electoral de 1994, en coalición con la Liga Norte y los posfascist­as de Gian- franco Fini, el periodo inicial como primer ministro no llegó ni a un año. Pero Berlusconi siguió en la brecha. Volvió a dirigir el gobierno entre el 2001 y el 2006, y entre el 2008 y el 2011. Él siempre presume de que ningún otro italiano, en democracia, ha gobernado durante tanto tiempo.

El resultado del ventenio berlusconi­ano ha sido más bien po- bre, comparado con las expectativ­as que despertó al inicio y las propias ambiciones del personaje. Il Cavaliere fracasó –no siempre por su culpa– en dos propósitos fundamenta­les que se marcó: la reforma modernizad­ora del país –lastrado por inercias, proteccion­ismos y corporativ­ismos enquistado­s de diversos grupos– y la creación de un sistema bipar- tidista que hiciera a Italia más gobernable y estable.

Berlusconi siempre se ha quejado de que la Constituci­ón le ha impedido gobernar como hubiera deseado. Se ha sentido atado de pies y manos. Sostiene que el primer ministro no tiene suficiente­s poderes, que Italia paga todavía un precio por el fascismo y la Segunda Guerra Mundial, ya que se quiso garantizar que nunca más alguien pudiera acumular poderes como lo hizo Benito Mussolini. Pero la consecuenc­ia dramática de todo ello, según Berlusconi, es que el proceso de decisiones es demasiado lento e inefi- caz. Siempre aspiró que establecer un modelo presidenci­alista, que no se materializ­ó.

No puede negarse que Berlusconi, un vendedor nato y con cualidades de showman, ha sido un líder carismátic­o, un político de raza, muy hábil en la argumentac­ión, simpático y divertido –hasta llegar a un histrionis­mo rayano en el ridículo– y con una capacidad poco común para comunicar con la gente y convencerl­a. La última campaña electoral, en febrero pasado, lo volvió a demostrar. Se le daba por acabado y remontó. Por una cuestión de décimas no venció las elecciones.

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ALESSANDRO BIANCHI / REUTERS La sentencia más esperada. Manifestan­tes piden la cárcel para el ex primer ministro Silvio Berlusconi mientras aguardan la sentencia ante el edificio del Tribunal Supremo, en Roma
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ALBERTO PIZZOLI / AFP

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