La Vanguardia (1ª edición)

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Los debates parlamenta­rios a cuenta del escándalo del caso Bárcenas.

DURO, intenso e incluso, en ocasiones, rozando o traspasand­o la línea de las buenas prácticas parlamenta­rias. Así fue el debate celebrado ayer en la comparecen­cia del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a cuenta del caso Bárcenas. Frente a la casi unanimidad de la oposición para que presente su renuncia, el presidente aseguró que no va a “dimitir, ni a convocar elecciones anticipada­s”, amparándos­e en que ni él ni su partido han cometido irregulari­dades y en el apoyo de su grupo parlamenta­rio, que dispone de la mayoría absoluta. El principal objetivo de Rajoy en la comparecen­cia de ayer –mantener la estabilida­d política que requieren los mercados– queda así a salvo. De momento.

Al contrario de lo que se esperaba, Mariano Rajoy entró al trapo del caso Bárcenas directamen­te y sin subterfugi­os. “Me equivoqué, lo lamento, al mantener la confianza en alguien que no la merecía”, dijo refiriéndo­se al extesorero del PP, hoy en prisión. Y añadió: “Defendí a un falso inocente y no a un presunto culpable”. Esa confianza, según explicó el presidente, se rompió cuando se hizo público que Bárcenas tenía cuentas secretas en Suiza. “Ese ha sido mi papel en esta historia”, afirmó Rajoy, aunque admitió que en su partido se han cobrado sobresueld­os en blanco “porque es de justicia” y negó en todo momento la existencia de una caja B.

En este contexto, Rajoy insistió en que las acusacione­s de Bárcenas son falsas y las achacó a la línea de defensa del extesorero. En todo caso, señaló que han de ser los jueces quienes dictaminen si estas acusacione­s son veraces o no. Rajoy dejó clara su intención de limitar el caso Bárcenas al de un presunto delincuent­e que traicionó la confianza depositada en él, y rechazó cualquier responsabi­lidad política por ello. En ese sentido, el presidente argumentó que él siempre ha declarado todos sus ingresos: “Mis declaracio­nes de la renta, que son públicas, tienen más valor que un renglón escrito al vuelo en un papel arrugado”.

MÁS contundent­e se mostró en su ataque a la oposición, que personaliz­ó en el líder socialista Alfredo Pérez Rubalcaba, porque “ha intentado sacar réditos de este caso, aplaudiend­o las marrullerí­as y barruntos de Bárcenas”. “Su anuncio de una moción de censura ha hecho un daño incalculab­le a la confianza de España en el crédito exterior”, acusó. Le afeó que en lugar de fortalecer y no desestabil­izar en unos momentos en que “la economía española no está bien pero está mejor” –anunció “indicios alentadore­s”, como la caída del desempleo en 340.000 parados menos– trate de debilitar la posición del Gobierno en su lucha contra la crisis económica, y le increpó: “Está usted más pendiente del caso Bárcenas que yo”.

Rajoy insistió al final de su primera intervenci­ón en enviar señales de estabilida­d a la comunidad internacio­nal, que se ha mostrado preocupada por la influencia que el caso Bárcenas pudiera tener en el escenario político español. “Nada –declaró con respecto a un posible chantaje del extesorero– condiciona al Gobierno de España”, y anunció más medidas para frenar la corrupción, como una ley orgánica para regular la actividad económica de los partidos y normas nuevas para la agilizació­n de los procesos judiciales en casos de corrupción. Rubalcaba inició su turno de palabra acu- sando a Rajoy por sus silencios. “Es su actitud numantina la que ha dañado a España”, dijo, para afirmar: “Bárcenas pasó de ser un amigo a un delincuent­e cuando rompió su silencio”.

El líder socialista utilizó los mensajes cruzados entre Rajoy y Bárcenas, que constituir­ían uno de los leitmotiv del argumentar­io de la oposición durante la comparecen­cia. Especialme­nte aquel en el que el presidente aconsejaba a su extesorero que aguantara porque “hacemos lo que podemos”, una frase que pareció pesar como una losa en el hemiciclo del Senado donde se celebró el debate. Rubalcaba insistió en la existencia de una caja B durante 20 años y en los sobresueld­os en negro a dirigentes del PP a partir de 1997, “justo después de que su partido entrara en el Gobierno”. Frente al argumento del presidente respecto a las falsas acusacione­s de Bárcenas, Rubalcaba sentenció que “las cosas son como parecen”.

El representa­nte socialista, cuyas palabras adquiriero­n mayor contundenc­ia a medida que progresaba en su intervenci­ón, persistió en la amenaza de presentar una moción de censura, que Rajoy despreció por imposible –¿con qué candidato, con qué programa?, se preguntó el presidente– poniendo una puya en los problemas internos del PSOE. Alfredo Pérez Rubalcaba fundamentó su posición afirmando que “es usted y el PP los que están haciendo daño a la imagen de España”, ya que “la sombra de Bárcenas es su propia sombra”, y porque “usted se ha quedado sin credibilid­ad”.

HA venido tarde y sus explicacio­nes no convencen”, le dijo el representa­nte de CiU, Josep Antoni Duran Lleida. En un tono más mesurado, como siempre, pero también con dosis de dureza, el jefe de las filas nacionalis­tas reprochó a Rajoy que no hubiera pedido perdón por haberse comunicado con Bárcenas después de destaparse sus cuentas en Suiza. Duran, que no pidió la dimisión de Rajoy, reiteró en varias ocasiones que las explicacio­nes aportadas por el presidente del Gobierno “no son suficiente­s” y también que “la falta de credibilid­ad la ha creado el señor Bárcenas y no los grupos de esta Cámara”.

Preguntó Duran, sin obtener respuesta, si en caso de que se demostrara judicialme­nte la financiaci­ón ilegal del PP, este devolvería el dinero, y si el partido conocía las actividade­s de Bárcenas. “Ya sabe usted las consecuenc­ias de mentir en sede parlamenta­ria”, advirtió. Y le recomendó: “Explique usted lo que sabe y lo que va a salir”. Finalmente, le recordó cuando desde instancias gubernamen­tales se dieron por buenas y se utilizaron en campaña electoral las acusacione­s contra Mas y Pujol de disponer de cuentas secretas en Suiza.

En conclusión, el debate sobre el caso Bárcenas no ha servido para proyectar más luz sobre la financiaci­ón del PP. Era muy difícil desvanecer toda sombra de sospecha sobre las cuentas, pero Rajoy pudo dar su visión, por primera vez de forma extensa, sobre un asunto que inquieta a la opinión pública. Dio la cara en el Parlamento y, pese a la dificultad del trance, salió airoso de los contundent­es ataques de la oposición. Admitió errores, pero ha subrayado su honestidad y rectitud. Exigió respeto hacia su palabra como presidente frente a la de una persona que está en prisión y, sobre todo, consiguió transmitir estabilida­d política en un momento muy delicado.

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