Bashar el Asad reaparece “seguro” de su “victoria” sobre los rebeldes
El rais sirio felicita a sus soldados por “asombrar al mundo” con su coraje
En ocasión del día de las Fuerzas Armadas sirias, que coincide con el de las Fuerzas Armadas libanesas, el presidente Bashar el Asad difundió ayer en Damasco un mensaje en el que expresa la confianza en el triunfo: “Si no hubiésemos estado seguros de la victoria, no habríamos podido hacer frente durante más de dos años a la agresión”.
“Vosotros, soldados, habéis dado muestras de un gran coraje luchando contra el terrorismo y habéis asombrado al mundo entero con vuestra resistencia en una de las batallas más brutales y feroces de la historia”, dijo el rais, que hizo una visita de inspección a un destacamento militar del distrito de Daraya, en el Rif, el campo circundante de Damasco.
Feroz y brutal es esta guerra de tan difícil descripción como de complicada interpretación –pasados los primeros tiempos de una versión estereotipada de la dictadura y la revolución que sin embargo tanta mella han hecho en los medios de comunicación internacionales–, que todavía continua ensangrentando y devastando la nación siria.
La reciente victoria militar del ejército recuperando el barrio más fortificado de los rebeldes en la ciudad de Homs, el barrio de Kaldiye, con la ayuda de los aguerridos chiíes libaneses de Hizbulah, ha tenido lugar tras la otra victoria estratégica de Qusair, cerca de la frontera del norte de Líbano.
Casi un mes ha durado la batalla de Homs, tercera ciudad de Si- ria, denominada por los insurrectos “capital de la revolución”. Después de la toma de Kaldiye sólo quedan algunos barrios en manos de grupos insurrectos. Si las tropas del Gobierno toman completamente la ciudad, la región del norte, Alepo, plaza fuerte de los rebeldes, quedará aislada del sur y permitirá asegurar el tráfico por la carretera de Damasco a la costa levantina. Los jefes de la dividida y desacreditada oposición, muchos de ellos a sueldo de las dictaduras principescas del Golfo, con sus estados opulentos pero represivos, lamentan que las promesas occidentales de ayudas de armas no se cumplan.
Es evidente que a medida que las fanáticas bandas yihadistas, procedentes de muchos países, han impuesto a los grupos de la insurrección siria su férula me- dieval, las potencias occidentales se dan cuenta, muy tardíamente, del peligro de fomentar la revolución más atroz y oscurantista de Oriente Medio en tierras de la milenaria y multiconfesional nación siria.
No será fácil zurcir estos pedazos rotos de la república. Hay poblaciones que han quedado divididas por líneas confesionales, sobre todo entre suníes y alauíes, que han provocado un pavoroso movimiento de desplazados en el interior de sus fronteras. Tres zonas han quedado delimitadas. La gubernamental, desde Damasco a las zonas costeras; la región drusa del sur de Sueida; y la rebelde, que comprende Alepo, el valle del Éufrates, Deir Ezzor, Raqa, y la kurda, donde sus habitantes, aprovechando la desintegración del poder, han reforzado su terri- torio cada vez más autónomo en el nordeste, fronterizo con Turquía e Iraq.
La guerra podrá durar porque mientras Occidente impide la victoria de Bashar el Asad, Irán, Rusia y China lo defienden contra los insurrectos. Las victorias de unos y otros son victorias pírricas que no consiguen, decisivamente, salir de la estancada situación político-militar. La fragmentación aumenta. En Raqa hubo tentativas de la población de rebelarse contra los yihadistas, y en la zona kurda los peshmergas se han movilizado contra los hombres del Frente al Nusra y del Estado Islámico de Iraq y del Levante, que pretenden imponer la charia. La propuesta de convocar una conferencia internacional en Ginebra sobre Siria está todavía en el alero.
Las telenovelas sirias, de gran éxito en la audiencia árabe de este mes del Ramadán, narran los horrores de la guerra. Se ha liberado la palabra y se abordan los conflictos de la sociedad siria desde todos los puntos de vista, sean del régimen o de la oposición. Los cineastas, como la población siria, están divididos. Nunca los culebrones de Ramadán habían estado tan politizados.