Los beduinos de Israel
La confrontación bíblica de Caín y Abel –que en realidad comenzó ya en Oriente Medio en el neolítico enfrentando a pastores y agricultores– sigue amargándole la vida al Israel de hoy en día. Los cerca de 200.000 beduinos que viven en esa nación y son ciudadanos israelíes de pleno derecho no acaban de encajar en el concepto sociopolítico del Gobierno de Jerusalén.
Y es que no sólo resulta imposible integrar una población nómada en un Estado industrial y supermoderno como Israel, sino que en el fondo de sus almas los gobernantes israelíes no acaban de ver a los beduinos como integrantes leales de la nación judía.
El problema de convivencia con los palestinos nómadas se ha agravado con la política de asentamientos a ultranza que está practicando el Gobierno conservador de Netanyahu. Un caso típico es el de la ciudad de Lahianis (6.000 habitantes), en la cuenca del Jordán. Esa parte del valle es en realidad territorio de autogobierno palestino, pero el poder ejecutivo no le corresponde a las autoridades palestinas de Ramala, sino que es competencia del ejército. Y los militares han decidido compensar (según dicen ellos mismos) a los beduinos por la ampliación constante de Lahianis con la construcción de una nueva urbe –Nueima– de 14.000 habitantes, todos palestinos.
Pero los beduinos se niegan en redondo a trasladarse a Nueima porque –aducen– ¿qué van a hacer en una ciudad con sus rebaños de cabras, ovejas y camellos? Estos rebaños son su único sustento. E insisten en que los planes militares constituyen en realidad un intento de erigir un enorme campo de concentración para 14.000 ciudadanos sospechosos y no un auténtico núcleo urbano para 6.000 personas, como asegura el ejército. Los beduinos recuerdan al respecto
El problema de convivencia se ha agravado con la política de asentamientos a ultranza de Netanyahu
operaciones similares llevadas a cabo en toda el área que va de Jerusalén al mar Muerto y que se saldaron siempre perjudicando a los nómadas.
En un marco nacional, el problema es prácticamente insoluble porque a ambos bandos les falta tanto la buena voluntad como las bases reales de una negociación. Porque si es innegable que los beduinos eran los únicos titulares de las tierras palestinas –empezando por el Neguev– en las que desarrollaban su vida nómada antes de la creación del Estado de Israel, también es innegable que jurídicamente resulta sumamente difícil –para no decir imposible– demostrar documentalmente esa propiedad. Jerusalén ha ofrecido crear un fondo de mil millones de euros para mejorar las condiciones de vida de los beduinos y pagar el 50% del valor catastral de las tierras disputadas cuya titularidad no se pueda demostrar. Los dirigentes beduinos rechazan la oferta tanto porque les parece mal negocio como porque no se fían de que a la hora de la verdad Israel vaya a gastarse mil millones de euros en incrementar el nivel de vida de sus beduinos.