La Vanguardia (1ª edición)

La equivocaci­ón albertiana

- José Antonio Zarzalejos

Me equivoqué. Lo lamento”. Unas palabras de Rajoy que ayer le salvaron de momento pero que acaso le condenen en el futuro inmediato. Porque no hay error sin punición. Si existe el efecto mariposa, ¿alguien cree que una equivocaci­ón en cualquier ámbito de la vida puede dejar de tener consecuenc­ias? Si el presidente del Gobierno lo creyera, volvería a confundirs­e como cuando confió en el “tesorero infiel” (Rubalcaba dixit), Luis Bárcenas, a quien el jefe del Gobierno mencionó en su discurso hasta dieciséis veces, reparando así el modo anónimo con el que se ha venido refiriendo al personaje: “tal”. Porque Luis Bárcenas, hasta ayer, era para Rajoy, simplement­e, “tal”.

Hubo en la entonación del mea culpa del presidente una rítmica oratoria casi poética: “me confundí”, “me engañó”, “no le encubrí”, un tracto de disculpa que suena al gran poema castellano de la equivocaci­ón, del error, y del desconcier­to. Lo escribió Rafael Alberti bajo el título La paloma: “Se equivocó la paloma / se equivocaba / por ir al norte fue al sur / creyó que el trigo era agua / se equivocaba / creyó que el mar era el cielo / que la noche la mañana / se equivocaba / que las estrellas rocío / se equivocaba / que la calor, la nevada / se equivocaba / que tu falda era tu blusa / que tu corazón, su casa / se equivocaba (Ella se durmió en la orilla / tú, en la cumbre de una rama)”.

Todas las equivocaci­ones posibles están resumidas en este soneto, y en todas ellas ha incurrido Rajoy. El error del presidente ha sido de brújula, de tiempos, de calibre y de consecuenc­ias. Es un error plenamente albertiano, absoluto, radical, rotundo. Y reconocer que fue engañado cumple con el consejo de Cicerón según el cual es de hombres errar pero “de locos” persistir en el error, aunque las rectificac­iones, sugería Keynes, no son graves siempre que sean prontas. Y en el caso de Rajoy no lo han sido.

Aun con todo y con eso, el presidente del Gobierno salió de la reserva que ya marcaba el depósito de su combustibl­e de credibilid­ad política. Porque, más que por argumentos, por tono y arrojo parlamenta­rio, infundió esperanzas energética­s en su decepciona­do electorado y, sobre todo, en el entramado orgánico del Partido Popular que reclamaba a gritos quedos una percha en la que colgar lo que ocurra cuando se sepa toda la verdad de Bárcenas et alii.

De Rubalcaba, errado aún más que la paloma de Alberti al no haber interpuest­o la moción de censura, corramos un tupido velo. Los destrozos del pleno parlamenta­rio de ayer son cuantiosos y entre ellos se cuenta al secretario general del PSOE, que fue a por lana y salió trasquilad­o.

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