Rajoy, emplazado
Cartel de “no hay billetes”. Todo el papel vendido. Por obras, el pleno se celebraba en el palacio del Senado. El salón se despliega en un arco de 120º. Nada de vidrieras ni de pinturas historicistas, ni de listas de héroes o de batallas. Minimalismo sin ornato alguno, maderas claras, cabinas acristaladas para las emisoras de radio y un reloj redondo de agujas, bajo la tribuna de honor frente de la presidencia. En hileras concéntricas, sucesivas y ascendentes, de mayor capacidad que las de San Jerónimo están dispuestos los escaños, sin instalación de ordenadores que disipan la atención.
Primera intervención del emplazado, Mariano Rajoy. Rompe el tabú al pronunciar el nombre de Bárcenas. Sigue los pasos del Rey al regreso de los elefantes: “Me he equivocado”. Sin añadir como hizo don Juan Carlos lo de “y no volverá a ocurrir”. Pero reconocer una equivocación equivale a declararse irresponsable porque el derecho al error debería figurar en el artículo 2.º de la Constitución. “Me he equivocado” puede decirlo tanto quien haya incurrido en un error inocuo como quien esté implicado en un delito o pecado grave. Claro que según el papa Francisco los pecados se perdonan pero los delitos no.
Rajoy despacha veinte años de financiación ilegal del PP, remanentes en Suiza de cincuenta millones de euros, sobresueldos en negro, suplidos, compensaciones a empresarios adictos y demás corrupciones, sintiéndose exento de cualquier responsabilidad. Como el Tribunal de Cuentas auditaba al PP, los anteceden- tes de Naseiro, Sanchis y Lapuerta o los brotes corruptos en comunidades y ayuntamientos para nada le hacían sospechar. Nunca tuvo curiosidad por las finanzas, tampoco cuando accedió a la presidencia del partido, pero imposible que se acoja a indulgencia alguna. Rajoy se declara portador de valores eternos y se erige en garantía de estabilidad sin la que España perecería víctima de la perfidia de la oposición.
Se suceden los portavoces de los grupos. El socialista Alfredo Pérez Rubalcaba abandona el guante blanco que venía reservando a Rajoy porque el público hubiera gritado ¡tongo! Señala los hechos probados, pide la dimisión. En esa línea se inscriben todas las intervenciones salvo la de Duran, que aplaza la solicitud para cuando la palabra que ha empeñado el presidente quede reventada por nuevas revelaciones. El portavoz del PP, Alfonso Alonso, se disfraza de víctima que defiende su honor mancillado. Viene el segundo turno de Rajoy con majeza y chulería a base de no me voy, no dimito y no convoco elecciones porque soy lo más conveniente para España y he recibido una misión de los españoles.
Quien apueste por la tregua de agosto también se equivoca. Atentos.