La Vanguardia (1ª edición)

El tormento de las pensiones

- Eulàlia Solé E. SOLÉ, socióloga y escritora

Viejos y jóvenes andan inquietos por sus pensiones, actuales o futuras. Unos no sólo porque pierden poder adquisitiv­o sino porque reciben tácitos reproches por vivir demasiado. Los otros porque no tienen claro cuál será su porvenir como jubilados. El Gobierno ha recabado un estudio para reformar el sistema, y los expertos han hecho hincapié tanto en la creciente esperanza de vida como en las variables económicas. En consecuenc­ia, aconsejan poner fin al incremento de las pensiones según el IPC y someterlas a la variación de los ingresos públicos. El calcetín vuelto del revés, y por otro lado, que los jóvenes se espabilen. Si pueden. La oferta de planes de pensiones privados la tienen a pedir de bo- ca, pero los obstáculos provienen de esas variables económicas que adquieren el carácter de paro, contratos temporales o sueldos miserables.

El diseño, pues, no es alentador. Exceso de viejos y demasiados jóvenes con una oscura carrera laboral. Una sociedad con semejante panorama no es una sociedad sana y avanzada sino retrógrada. Retroceso en los derechos sociales adquiridos tras décadas de lucha para conseguir que los beneficios económicos fueran distribuid­os más equitativa­mente. Ahora, ni sueldos dignos ni un Estado de bienestar igualador en las necesidade­s básicas. Un aforismo dice que jubilación viene de júbilo, pero eso sería antes.

Por lo demás, sobre los planes de pensiones privados hay mucho que hablar. Que les interesan a las entidades financiera­s re- sulta evidente. Se trata de acumular capitales que no pueden ser rescatados cuando se desee. Este es uno de sus rasgos esenciales, el cual puede equiparars­e a lo que sucede con el sector público, sólo que si bien este puede flaquear, no quebrará, como sí puede ocurrir –¡ha ocurrido ya!– con los bancos. Así que, dentro de un sistema que hace aguas, el Estado, que por definición debe ser protector de los ciudadanos, aconseja a los jóvenes que, suponiendo que ganen dinero, arriesguen en productos que han demostrado ser inseguros cuando no fraudulent­os.

Algunas voces se alzan para proclamar que el capitalism­o se está desmoronan­do. Suelen manifestar­lo con alegría. Sin embargo, por ahora hay lo que hay, y en todo caso lo que conviene es mantenerse alerta para que las cosas no vayan a peor.

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