La Vanguardia (1ª edición)

El sueño de una generación

- TONI MERIGÓ

¡Qué reality hubiera dado el crucero por el Mediterrán­eo en que participó Espriu en 1933! 40 profesores y 160 alumnos universita­rios juntos durante de 45 días, con una entonces sorprenden­te presencia de mujeres, un 40%: distintas clases sociales y distintos camarotes (el de Espriu entre los modestos), distintas procedenci­as de España, unas conversaci­ones que podemos imaginar suculentas (algunas tal vez pedantes), las visitas guiadas por especialis­tas (el propio Espriu ante la tumba de Tutankamón), los encuentros programado­s con las comunidade­s sefarditas, la subida al barco en Roma de ValleInclá­n... Sin contar los cuadernos del viaje, que en principio eran obligatori­os, y que junto con otro tipo de testimonio­s (fotografía­s, cartas, postales, las noticias que recogían los diarios locales ante la llegada del inusual grupo de 200 a su puerto...) deben de constituir uno de los via- jes más documentad­os y desde más distintos puntos de vista de la historia. Baste citar algunos participan­tes: Julián Marías, Isabel García Lorca, Ramón Menéndez Pidal, Soledad Ortega, Antonio Tovar... ¡Qué ejemplar simbiosis de cultura y ocio!

No faltaron, como es lógico, los desarrollo­s sentimenta­les, unos acabados en matrimonio (Jaume Vicens Vives con Roser Rahola o Guillem Díaz-Plaja con Concepció Taboada), otros en amistad perdurable como el caso de Espriu con Rosselló-Pòrcel, Amàlia Tineo, Lola Solà y Mercè Muntanyola. Parece, incluso, que una chica se declaró a Espriu y le amenazó con tirarse de la borda si le rechazaba, lo que por suerte no cumplió. En cambio, hasta dos veces cuentan que el tenido por gélido Espriu tembló de emoción: en los terrenos que recorrió Jesús y en Delfos. Ver a 3.000 sefarditas despedir la expedición con vítores y aplausos en Salónica le debió de impresiona­r también. Españoles que fueron expulsados solamente por ser distintos, una experienci­a que de algún modo reverberar­ía en el mito espriuano de Sepharad (unos judíos, por cierto, que, como cuenta Martín de Pozuelo en El franquismo, cómplice del holocausto, pocos años después serían masacrados con el beneplácit­o de Franco).

Joaquim M. Puyal le preguntó a Espriu en una entrevista cuál había sido el momento más agradable de su vida. Después de situarse en la universida­d, su etapa más feliz, el poeta concretó que el citado viaje podía responder a la pregunta. El barco se llamaba Ciudad de Cádiz, y aquel crucero se conoció como el sueño de una generación, el que se desvaneció con la Guerra Civil.

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