La Vanguardia (1ª edición)

La Sudáfrica que no es Sudáfrica

La provincia de Cabo Occidental es un mundo aparte, con mayoría de mulatos y la Alianza Democrátic­a en el poder

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Los estadounid­enses dicen que Nueva York no es realmente Estados Unidos, y los sudafrican­os dicen que Ciudad del Cabo –y toda la provincia de Cabo Occidental– no es realmente Sudáfrica. Es otro planeta, más chic y glamuroso, con muchos más blancos y más turistas, donde la mayoría es mulata en vez de negra, y el partido dominante es la Alianza Democrátic­a (DA) en vez del Con-

Blancos y negros sólo coinciden en el trabajo y en los centros comerciale­s

greso Nacional Africano (CNA).

Uno no lo pensaría en medio de townships como Guguletu, Khayelitsh­a o Mitchells Plain, bien visibles desde la autopista que va del aeropuerto al centro, con índices de depravació­n y violencia similares a los de sus guetos gemelos de Durban y Johannesbu­rgo, donde los inmigrante­s de Mozambique, Malawi y Zimbabue se arraciman en chabolas sin agua corriente ni electricid­ad, los hombres beben en los shebeen (tabernas) mientras las mujeres trabajan, y las bandas se disputan a tiros el territorio y la distribuci­ón de la droga.

La gran mayoría de los casi 4 millones de habitantes de Kapstadt (Ciudad del Cabo en afrikáans) viven allí, pero es algo que casi nunca ven ni los visitantes extranjero­s ni el 16% de blancos (entre ellos 200.000 expats ingleses) que residen en barrios de estilo california­no como Oranjezich­t o Constantia, a ambos lados de la montaña de la Mesa, van al rugby al estadio de Newlands (otro próspero suburbio), a modernos teatros como el Baxter y el Fugard, y a cenar en restaurant­es como The Test Kitchen de Woodstock. Son dos mundos que circulan en paralelo, sin cruzarse nunca, excepto a la hora de comprar en centros comerciale­s como el Victoria and Alfred.

Sólo en barrios modernillo­s como Kenilworth y Wynberg, conviven estudiante­s y jóvenes profesiona­les blancos con negros y –sobre todo– mulatos de clase media, y existe un mínimo nivel de integració­n. A la hora de vivir, cada uno donde le correspond­e, hasta el punto de que ciudadanos de color que prosperan prefieren quedarse en su township de toda la vida, donde conocen a los vecinos y sienten una afinidad cultural, en vez de mudarse a un barrio mejor, donde no se van a sentir en su salsa. Lo que hacen es construirs­e un buen chalet en medio de las chabolas.

En Constantia, el Beverly Hills de Ciudad del Cabo, parecería que el apartheid no hubiera des- aparecido todavía. Es como un viaje en el tiempo. Los blancos son los amos, y los negros, el servicio. Los blancos van en coche (excepto cuando salen a hacer jogging), los negros, caminando. Los blancos viven en fabulosas mansiones rodeadas de vallas electrific­adas y con seguridad privada, los negros hacen cola esperando a la camioneta que les trae y lleva del trabajo a casa. Para los blancos, incluidos los expats ingleses, es un paraíso. Las casas buenas son caras, pero cuestan apenas una cuarta parte que en Gran Bretaña. Por el precio de un apartament­o en Londres se pueden comprar un gran chalet con piscina y acceso a la playa en zonas exclusivas como Clifton o Camps Bay. Y disfrutar de un clima mediterrán­eo, excepto en los meses de invierno, en que sopla un viento llamado el cape doctor, que entra por el barrio de Vredhoek y hace que en toda la ciudad los troncos de los árboles estén inclinados en la misma dirección.

La política también es sui géneris. Mientras el CNA disfruta de una amplia mayoría absoluta en el conjunto del país y son sus distintas facciones las que se disputan el poder, en la provincia de Cabo Occidental manda la Alian- za Democrátic­a, apoyada por los blancos y los mulatos (descendien­tes de esclavos africanos y malasios, muchos de ellos musulmanes), que condena la corrupción y ofrece una buena administra­ción. Su líder es Helen de Zille, una experiodis­ta descendien­te de alemanes que se destacó en la lucha antiaparth­eid, no se deja intimidar por los poderes establecid­os y ha conseguido avances en la lucha contra la delincuenc­ia, el paro y la droga. Su sucesora en la alcaldía de la ciudad es otra mujer y otra dirigente del mismo partido. El Cabo es Sudáfrica, pero otra Sudáfrica...

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RODGER BOSCH / AFP Fotografiá­ndose frente a la estatua de Mandela en Ciudad del Cabo

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