La Sudáfrica que no es Sudáfrica
La provincia de Cabo Occidental es un mundo aparte, con mayoría de mulatos y la Alianza Democrática en el poder
Los estadounidenses dicen que Nueva York no es realmente Estados Unidos, y los sudafricanos dicen que Ciudad del Cabo –y toda la provincia de Cabo Occidental– no es realmente Sudáfrica. Es otro planeta, más chic y glamuroso, con muchos más blancos y más turistas, donde la mayoría es mulata en vez de negra, y el partido dominante es la Alianza Democrática (DA) en vez del Con-
Blancos y negros sólo coinciden en el trabajo y en los centros comerciales
greso Nacional Africano (CNA).
Uno no lo pensaría en medio de townships como Guguletu, Khayelitsha o Mitchells Plain, bien visibles desde la autopista que va del aeropuerto al centro, con índices de depravación y violencia similares a los de sus guetos gemelos de Durban y Johannesburgo, donde los inmigrantes de Mozambique, Malawi y Zimbabue se arraciman en chabolas sin agua corriente ni electricidad, los hombres beben en los shebeen (tabernas) mientras las mujeres trabajan, y las bandas se disputan a tiros el territorio y la distribución de la droga.
La gran mayoría de los casi 4 millones de habitantes de Kapstadt (Ciudad del Cabo en afrikáans) viven allí, pero es algo que casi nunca ven ni los visitantes extranjeros ni el 16% de blancos (entre ellos 200.000 expats ingleses) que residen en barrios de estilo californiano como Oranjezicht o Constantia, a ambos lados de la montaña de la Mesa, van al rugby al estadio de Newlands (otro próspero suburbio), a modernos teatros como el Baxter y el Fugard, y a cenar en restaurantes como The Test Kitchen de Woodstock. Son dos mundos que circulan en paralelo, sin cruzarse nunca, excepto a la hora de comprar en centros comerciales como el Victoria and Alfred.
Sólo en barrios modernillos como Kenilworth y Wynberg, conviven estudiantes y jóvenes profesionales blancos con negros y –sobre todo– mulatos de clase media, y existe un mínimo nivel de integración. A la hora de vivir, cada uno donde le corresponde, hasta el punto de que ciudadanos de color que prosperan prefieren quedarse en su township de toda la vida, donde conocen a los vecinos y sienten una afinidad cultural, en vez de mudarse a un barrio mejor, donde no se van a sentir en su salsa. Lo que hacen es construirse un buen chalet en medio de las chabolas.
En Constantia, el Beverly Hills de Ciudad del Cabo, parecería que el apartheid no hubiera des- aparecido todavía. Es como un viaje en el tiempo. Los blancos son los amos, y los negros, el servicio. Los blancos van en coche (excepto cuando salen a hacer jogging), los negros, caminando. Los blancos viven en fabulosas mansiones rodeadas de vallas electrificadas y con seguridad privada, los negros hacen cola esperando a la camioneta que les trae y lleva del trabajo a casa. Para los blancos, incluidos los expats ingleses, es un paraíso. Las casas buenas son caras, pero cuestan apenas una cuarta parte que en Gran Bretaña. Por el precio de un apartamento en Londres se pueden comprar un gran chalet con piscina y acceso a la playa en zonas exclusivas como Clifton o Camps Bay. Y disfrutar de un clima mediterráneo, excepto en los meses de invierno, en que sopla un viento llamado el cape doctor, que entra por el barrio de Vredhoek y hace que en toda la ciudad los troncos de los árboles estén inclinados en la misma dirección.
La política también es sui géneris. Mientras el CNA disfruta de una amplia mayoría absoluta en el conjunto del país y son sus distintas facciones las que se disputan el poder, en la provincia de Cabo Occidental manda la Alian- za Democrática, apoyada por los blancos y los mulatos (descendientes de esclavos africanos y malasios, muchos de ellos musulmanes), que condena la corrupción y ofrece una buena administración. Su líder es Helen de Zille, una experiodista descendiente de alemanes que se destacó en la lucha antiapartheid, no se deja intimidar por los poderes establecidos y ha conseguido avances en la lucha contra la delincuencia, el paro y la droga. Su sucesora en la alcaldía de la ciudad es otra mujer y otra dirigente del mismo partido. El Cabo es Sudáfrica, pero otra Sudáfrica...