¿Los primeros de qué?
Se han publicado los datos PISA, y nos hemos revolucionado como cada año desde que este informe se lleva a cabo. Nuestros alumnos, por término medio, no sobresalen comparados con los de otros países. Y, otra vez, se han disparado las críticas, las opiniones y las sugerencias de medidas correctoras; aparte de las sentencias de oportunidad política, de uno y otro lado.
Ya hace tiempo que pienso que el informe PISA ha hecho más mal que bien. No es que esté en contra de las evaluaciones, ni de saber cómo van las cosas, menos todavía en un tema tan importante como el nivel educativo. Pero poner en fila las puntuaciones de los países junto con una serie de consideraciones –no todas las posibles– sobre algunos –tampoco todos– factores que caracterizan a varios sistemas educativos del mundo, ha ocasionado más confusión que otra cosa; aparte de la reafirmación de ciertos orgullos y vergüenzas nacionales.
Sólo hay que ver la disparidad entre los países que están en la cúspide de la lista y de los que están en la cola. Disparidad en el tipo de sistema, en la preparación de los profesores, en la inversión en educación y en un largo etcétera de factores asociados por los expertos a la mejora de la política educativa que hemos creído que están relacionados con las puntuaciones finales alcanzadas por los alumnos; pero que por mucho que discutimos y los expertos señalen caminos a seguir, dejan claro que no hay modelos claros a copiar.
Eso no quiere decir que no crea que nuestro sistema tiene que mejorar: es más, sufro las consecuencias, y por lo tanto, pienso que es imprescindible que lo haga. También sé que lo podemos mejorar. Ahora bien, como no aclaremos primero qué tipo de mejora es la que queremos, podemos em- prender, fácilmente, un camino que precisamente nos lleve al resultado contrario.
Lo primero que debemos tener claro es si el objetivo es ganar, es decir, estar al frente de la lista, o tener un buen sistema. Porque no es lo mismo. Precisamente por eso y por la importancia y la ultra-sensibilidad que suscita el tema de los rankings en los gobiernos, pero también en la población en general –todo se convierte en una carrera que todo el mundo parece sólo querer ganar, sean cuales sean las consecuencias–, es necesario que estos se alejen lo máximo posible de un ámbito, el de la educación, ya bastante maltratado en nuestro país.